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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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iglesia, v<strong>en</strong>dría como consecu<strong>en</strong>cia una anarquía g<strong>en</strong>eral. Zuinglio replicó que <strong>por</strong> cuatro años había<br />

estado predicando el evangelio <strong>en</strong> Zúrich, “y que <strong>la</strong> ciudad estaba más tranqui<strong>la</strong> que cualquiera otra ciudad<br />

de <strong>la</strong> confederación”. Preguntó: “¿No es, <strong>por</strong> tanto, el cristianismo <strong>la</strong> mejor salvaguardia para <strong>la</strong> seguridad<br />

g<strong>en</strong>eral?”—Wylie, lib. 8, cap. II.<br />

Los diputados habían exhortado a los concejales a que no abandonarán <strong>la</strong> iglesia, <strong>por</strong>que, fuera de<br />

el<strong>la</strong>, decían, no hay salvación. Zuinglio replicó: “¡Que esta acusación no os conmueva! El fundam<strong>en</strong>to de<br />

<strong>la</strong> iglesia es aquel<strong>la</strong> piedra de Jesucristo, cuyo nombre dio a Pedro <strong>por</strong> haberle confesado fielm<strong>en</strong>te. En<br />

toda nación el que cree de corazón <strong>en</strong> el Señor Jesús se salva. Fuera de esta iglesia, y no de <strong>la</strong> de Roma,<br />

es donde nadie puede salvarse” (D’Aubigné, lib. 8, cap. II). Como resultado de <strong>la</strong> confer<strong>en</strong>cia, uno de los<br />

diputados del obispo se convirtió a <strong>la</strong> fe reformada. El concejo se abstuvo de proceder contra Zuinglio, y<br />

Roma se preparó para un nuevo ataque. Cuando el reformador se vio am<strong>en</strong>azado <strong>por</strong> los p<strong>la</strong>nes de sus<br />

<strong>en</strong>emigos, exc<strong>la</strong>mó: “¡Que v<strong>en</strong>gan contra mí! Yo los temo lo mismo que un peñasco escarpado teme <strong>la</strong>s<br />

o<strong>la</strong>s que se estrel<strong>la</strong>n a sus pies” (Wylie, lib. 8, cap. II). Los esfuerzos de los eclesiásticos solo sirvieron<br />

para ade<strong>la</strong>ntar <strong>la</strong> causa que querían aniqui<strong>la</strong>r. La verdad seguía cundi<strong>en</strong>do. En Alemania, los adher<strong>en</strong>tes<br />

abatidos <strong>por</strong> <strong>la</strong> desaparición inexplicable de Lutero, cobraron nuevo ali<strong>en</strong>to al notar los progresos del<br />

evangelio <strong>en</strong> Suiza.<br />

A medida que <strong>la</strong> Reforma se fue afianzando <strong>en</strong> Zúrich, se vieron más c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te sus frutos <strong>en</strong> <strong>la</strong><br />

supresión del vicio y <strong>en</strong> el dominio del ord<strong>en</strong> y de <strong>la</strong> armonía. “La paz ti<strong>en</strong>e su habitación <strong>en</strong> nuestro<br />

pueblo—escribía Zuinglio—; no hay disputas, ni hipocresías, ni <strong>en</strong>vidias, ni escándalos. ¿De dónde puede<br />

v<strong>en</strong>ir tal unión sino del Señor y de <strong>la</strong> doctrina que <strong>en</strong>señamos, <strong>la</strong> cual nos colma de los frutos de <strong>la</strong> piedad<br />

y de <strong>la</strong> paz?” (ibíd., cap. 15).<br />

Las victorias obt<strong>en</strong>idas <strong>por</strong> <strong>la</strong> Reforma indujeron a los romanistas a hacer esfuerzos más resueltos<br />

para dominar<strong>la</strong>. Vi<strong>en</strong>do cuán poco habían logrado con <strong>la</strong> persecución para suprimir <strong>la</strong> obra de Lutero <strong>en</strong><br />

Alemania, decidieron atacar a <strong>la</strong> Reforma con sus mismas armas. Sost<strong>en</strong>drían una discusión con Zuinglio<br />

y <strong>en</strong>cargándose de los asuntos se asegurarían el triunfo al elegir no solo el lugar <strong>en</strong> que se llevaría a efecto<br />

el acto, sino también los jueces que decidirían de parte de quién estaba <strong>la</strong> verdad. Si lograban <strong>por</strong> una vez<br />

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