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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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A los pocos meses estaba de vuelta <strong>en</strong> París. Reinaba gran agitación <strong>en</strong> el círculo de literatos y<br />

estudiantes. El estudio de los idiomas antiguos había sido causa de que muchos fijaran su at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> <strong>la</strong><br />

Biblia, y no pocos, cuyos corazones no habían sido conmovidos <strong>por</strong> <strong>la</strong>s verdades de aquel<strong>la</strong>, <strong>la</strong>s discutían<br />

con interés y aun se atrevían a desafiar a los campeones del romanismo. Calvino, si bi<strong>en</strong> muy capaz para<br />

luchar <strong>en</strong> el campo de <strong>la</strong> controversia religiosa, t<strong>en</strong>ía que desempeñar una misión más im<strong>por</strong>tante que <strong>la</strong><br />

de aquellos bulliciosos estudiantes. Los ánimos se s<strong>en</strong>tían confundidos, y había llegado el mom<strong>en</strong>to<br />

o<strong>por</strong>tuno de <strong>en</strong>señarles <strong>la</strong> verdad. Entretanto que <strong>en</strong> <strong>la</strong>s au<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> universidad repercutían <strong>la</strong>s disputas de<br />

los teólogos, Calvino se abría paso de casa <strong>en</strong> casa, ley<strong>en</strong>do <strong>la</strong> Biblia al pueblo y hablándole de Cristo y<br />

de este crucificado.<br />

Por <strong>la</strong> provid<strong>en</strong>cia de Dios, París iba a recibir otra invitación para aceptar el evangelio. El<br />

l<strong>la</strong>mami<strong>en</strong>to de Lefevre y Farel había sido rechazado, pero nuevam<strong>en</strong>te el m<strong>en</strong>saje iba a ser oído <strong>en</strong><br />

aquel<strong>la</strong> gran capital <strong>por</strong> todas <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses de <strong>la</strong> sociedad. Llevado <strong>por</strong> consideraciones políticas, el rey no<br />

estaba <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te al <strong>la</strong>do de Roma contra <strong>la</strong> Reforma. Margarita abrigaba aún <strong>la</strong> esperanza de que el<br />

protestantismo triunfaría <strong>en</strong> Francia. Resolvió que <strong>la</strong> fe reformada fuera predicada <strong>en</strong> París. Ord<strong>en</strong>ó<br />

durante <strong>la</strong> aus<strong>en</strong>cia del rey que un ministro protestante predicase <strong>en</strong> <strong>la</strong>s iglesias de <strong>la</strong> ciudad. Pero<br />

habiéndose opuesto a esto los dignatarios papales, <strong>la</strong> princesa abrió <strong>en</strong>tonces <strong>la</strong>s puertas del pa<strong>la</strong>cio. Se<br />

dispuso uno de los salones para que sirviera de capil<strong>la</strong> y se dio aviso que cada día, a una hora seña<strong>la</strong>da, se<br />

predicaría un sermón, al que podían acudir <strong>la</strong>s personas de toda jerarquía y posición. Muchedumbres<br />

asistían a <strong>la</strong>s predicaciones.<br />

No solo se ll<strong>en</strong>aba <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> sino que <strong>la</strong>s antesa<strong>la</strong>s y los corredores eran invadidos <strong>por</strong> el g<strong>en</strong>tío.<br />

Mil<strong>la</strong>res se congregaban diariam<strong>en</strong>te: nobles, magistrados, abogados, comerciantes y artesanos. El rey, <strong>en</strong><br />

vez de prohibir estas reuniones, hizo que dos de <strong>la</strong>s iglesias de París fues<strong>en</strong> afectadas a este servicio. Antes<br />

de esto <strong>la</strong> ciudad no había sido nunca conmovida de modo semejante <strong>por</strong> <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios. El Espíritu<br />

de vida que desc<strong>en</strong>día del cielo parecía sop<strong>la</strong>r sobre el pueblo. La temp<strong>la</strong>nza, <strong>la</strong> pureza, el ord<strong>en</strong> y el<br />

trabajo iban sustituy<strong>en</strong>do a <strong>la</strong> embriaguez, al libertinaje, a <strong>la</strong> conti<strong>en</strong>da y a <strong>la</strong> pereza.<br />

Pero el clero no descansaba. Como el rey se negase a hacer cesar <strong>la</strong>s predicaciones, apeló <strong>en</strong>tonces<br />

al popu<strong>la</strong>cho. No perdonó medio alguno para despertar los temores, los prejuicios y el fanatismo de <strong>la</strong>s<br />

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