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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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más terribles y ext<strong>en</strong>sos que caerán sobre el mundo inmediatam<strong>en</strong>te antes de <strong>la</strong> liberación final del pueblo<br />

de Dios.<br />

En el Apocalipsis se lee lo sigui<strong>en</strong>te con refer<strong>en</strong>cia a esas mismas p<strong>la</strong>gas tan temibles: “Vino una<br />

p<strong>la</strong>ga ma<strong>la</strong> y dañosa sobre los hombres que t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> bestia, y sobre los que adoraban su<br />

imag<strong>en</strong>”. El mar “se convirtió <strong>en</strong> sangre como de un muerto; y toda alma vivi<strong>en</strong>te fue muerta <strong>en</strong> el mar”.<br />

También “los ríos; y [...], <strong>la</strong>s fu<strong>en</strong>tes de <strong>la</strong>s aguas, [...] se convirtieron <strong>en</strong> sangre”. Por terribles que sean<br />

estos castigos, <strong>la</strong> justicia de Dios está pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te vindicada. El ángel de Dios dec<strong>la</strong>ra: “Justo eres tú, oh<br />

Señor, [...] <strong>por</strong>que has juzgado estas cosas: <strong>por</strong>que ellos derramaron <strong>la</strong> sangre de los santos y de los<br />

profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merec<strong>en</strong>”. Apocalipsis 16:2-6. Al cond<strong>en</strong>ar a<br />

muerte al pueblo de Dios, los que lo hicieron son tan culpables de su sangre como si <strong>la</strong> hubies<strong>en</strong> derramado<br />

con sus propias manos. Del mismo modo Cristo dec<strong>la</strong>ró que los judíos de su tiempo eran culpables de<br />

toda <strong>la</strong> sangre de los santos varones que había sido derramada desde los días de Abel, pues estaban<br />

animados del mismo espíritu y estaban tratando de hacer lo mismo que los asesinos de los profetas.<br />

En <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ga que sigue, se le da poder al sol para “quemar a los hombres con fuego. Y los hombres<br />

se quemaron con el grande calor”. Apocalipsis 14:8, 9. Los profetas describ<strong>en</strong> como sigue el estado de <strong>la</strong><br />

tierra <strong>en</strong> tan terrible tiempo: “El campo fue destruido, se <strong>en</strong>lutó <strong>la</strong> tierra; [...] <strong>por</strong>que se perdió <strong>la</strong> mies del<br />

campo”. “Se secaron todos los árboles del campo; <strong>por</strong> lo cual se secó el gozo de los hijos de los hombres”.<br />

“El grano se pudrió debajo de sus terrones, los bastim<strong>en</strong>tos fueron aso<strong>la</strong>dos”. “¡Cuánto gimieron <strong>la</strong>s<br />

bestias! ¡cuán turbados anduvieron los hatos de los bueyes, <strong>por</strong>que no tuvieron pastos!, [...] Se secaron<br />

los arroyos de <strong>la</strong>s aguas, y fuego consumió <strong>la</strong>s praderías del desierto”. Joel 1:10, 11, 12, 17, 18, 20. “Y<br />

los cantores del templo aul<strong>la</strong>rán <strong>en</strong> aquel día, dice el Señor Jehová; muchos serán los cuerpos muertos; <strong>en</strong><br />

todo lugar echados serán <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio”. Amós 8:3.<br />

Estas p<strong>la</strong>gas no serán universales, pues de lo contrario los habitantes de <strong>la</strong> tierra serían <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te<br />

destruidos. Sin embargo serán los azotes más terribles que hayan sufrido jamás los hombres. Todos los<br />

juicios que cayeron sobre los hombres antes del fin del tiempo de gracia fueron mitigados con<br />

misericordia. La sangre propiciatoria de Cristo impidió que el pecador recibiese el pl<strong>en</strong>o castigo de su<br />

culpa; pero <strong>en</strong> el juicio final <strong>la</strong> ira de Dios se derramará sin mezc<strong>la</strong> de misericordia. En aquel día,<br />

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