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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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<strong>la</strong> autoridad de Satanás, repercute desde los púlpitos de <strong>la</strong> cristiandad, y es recibida <strong>por</strong> <strong>la</strong> mayoría de los<br />

hombres con tanta prontitud como lo fue <strong>por</strong> nuestros primeros padres. A <strong>la</strong> divina s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia: “El alma<br />

que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20), se le da el s<strong>en</strong>tido sigui<strong>en</strong>te: El alma que pecare, esa no morirá,<br />

sino que vivirá eternam<strong>en</strong>te. No puede uno m<strong>en</strong>os que extrañar <strong>la</strong> rara infatuación con que los hombres<br />

cre<strong>en</strong> sin más ni más <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Satanás y se muestran tan incrédulos a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Dios.<br />

Si al hombre, después de su caída, se le hubiese permitido t<strong>en</strong>er libre acceso al árbol de <strong>la</strong> vida, habría<br />

vivido para siempre, y así el pecado habría inmortalizado. Pero un querubín y una espada que arroja l<strong>la</strong>mas<br />

guardaban “el camino del árbol de <strong>la</strong> vida” (Génesis 3:24), y a ningún miembro de <strong>la</strong> familia de Adán le<br />

ha sido permitido salvar esta raya y participar de esa fruta de <strong>la</strong> vida. Por consigui<strong>en</strong>te no hay ni un solo<br />

pecador inmortal.<br />

Pero después de <strong>la</strong> caída, Satanás ord<strong>en</strong>ó a sus ángeles que hicieran un esfuerzo especial para<br />

inculcar <strong>la</strong> cre<strong>en</strong>cia de <strong>la</strong> inmortalidad natural del hombre; y después de haber inducido a <strong>la</strong> g<strong>en</strong>te a aceptar<br />

este error, debían llevar<strong>la</strong> a <strong>la</strong> conclusión de que el pecador viviría <strong>en</strong> p<strong>en</strong>as eternas. Ahora el príncipe de<br />

<strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s, obrando <strong>por</strong> conducto de sus ag<strong>en</strong>tes, repres<strong>en</strong>ta a Dios como un tirano v<strong>en</strong>gativo, y dec<strong>la</strong>ra<br />

que arroja al infierno a todos aquellos que no le agradan, que les hace s<strong>en</strong>tir eternam<strong>en</strong>te los efectos de su<br />

ira, y que mi<strong>en</strong>tras ellos sufr<strong>en</strong> torm<strong>en</strong>tos indecibles y se retuerc<strong>en</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas eternas, su Creador los<br />

mira satisfecho.<br />

Así es como el gran <strong>en</strong>emigo reviste con sus propios atributos al Creador y Bi<strong>en</strong>hechor de <strong>la</strong><br />

humanidad. La crueldad es satánica. Dios es amor, y todo lo que él creó era puro, santo, y amable, hasta<br />

que el pecado fue introducido <strong>por</strong> el primer gran rebelde. Satanás mismo es el <strong>en</strong>emigo que ti<strong>en</strong>ta al<br />

hombre y lo destruye luego si puede; y cuando se ha adueñado de su víctima se a<strong>la</strong>ba de <strong>la</strong> ruina que ha<br />

causado. Si ello le fuese permitido pr<strong>en</strong>dería a toda <strong>la</strong> raza humana <strong>en</strong> sus redes. Si no fuese <strong>por</strong> <strong>la</strong><br />

interv<strong>en</strong>ción del poder divino, ni hijo ni hija de Adán escaparían.<br />

Hoy día Satanás está tratando de v<strong>en</strong>cer a los hombres, como v<strong>en</strong>ció a nuestros primeros padres,<br />

debilitando su confianza <strong>en</strong> el Creador e induciéndoles a dudar de <strong>la</strong> sabiduría de su gobierno y de <strong>la</strong><br />

justicia de sus leyes. Satanás y sus emisarios repres<strong>en</strong>tan a Dios como peor que ellos, para justificar su<br />

propia perversidad y su rebeldía. El gran seductor se esfuerza <strong>en</strong> atribuir su propia crueldad a nuestro<br />

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