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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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<strong>la</strong> responsabilidad de los que desempeñan un cargo sagrado, y cuán terribles son los resultados de su<br />

infidelidad. Solo <strong>en</strong> <strong>la</strong> eternidad podrá apreciarse debidam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> pérdida de una so<strong>la</strong> alma. Terrible será<br />

<strong>la</strong> suerte de aquel a qui<strong>en</strong> Dios diga: Apártate, mal servidor.<br />

Desde el cielo se oye <strong>la</strong> voz de Dios que proc<strong>la</strong>ma el día y <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>ida de Jesús, y promulga<br />

a su pueblo el pacto eterno. Sus pa<strong>la</strong>bras resu<strong>en</strong>an <strong>por</strong> <strong>la</strong> tierra como el estru<strong>en</strong>do de los más estrepitosos<br />

tru<strong>en</strong>os. El Israel de Dios escucha con los ojos elevados al cielo. Sus semb<strong>la</strong>ntes se iluminan con <strong>la</strong> gloria<br />

divina y bril<strong>la</strong>n cual bril<strong>la</strong>ra el rostro de Moisés cuando bajó del Sinaí. Los malos no los pued<strong>en</strong> mirar. Y<br />

cuando <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición es pronunciada sobre los que honraron a Dios santificando su sábado, se oye un<br />

inm<strong>en</strong>so grito de victoria. Pronto aparece <strong>en</strong> el este una pequeña nube negra, de un tamaño como <strong>la</strong> mitad<br />

de <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano. Es <strong>la</strong> nube que <strong>en</strong>vuelve al Salvador y que a <strong>la</strong> distancia parece rodeada de<br />

oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es <strong>la</strong> señal del Hijo del hombre. En sil<strong>en</strong>cio solemne <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>n<br />

mi<strong>en</strong>tras va acercándose a <strong>la</strong> tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse <strong>en</strong> una<br />

gran nube b<strong>la</strong>nca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre el<strong>la</strong> el arco iris del pacto. Jesús marcha<br />

al fr<strong>en</strong>te como un gran conquistador. Ya no es “varón de dolores”, que haya de beber el amargo cáliz de<br />

<strong>la</strong> ignominia y de <strong>la</strong> maldición; victorioso <strong>en</strong> el cielo y <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra, vi<strong>en</strong>e a juzgar a vivos y muertos. “Fiel<br />

y veraz”, “<strong>en</strong> justicia juzga y hace guerra”. “Y los ejércitos que están <strong>en</strong> el cielo le seguían”. Apocalipsis<br />

19:11, 14 (VM). Con cantos celestiales los santos ángeles, <strong>en</strong> inm<strong>en</strong>sa e Innumerable muchedumbre, le<br />

acompañan <strong>en</strong> el desc<strong>en</strong>so. El firmam<strong>en</strong>to parece ll<strong>en</strong>o de formas radiantes, “millones de millones, y<br />

mil<strong>la</strong>res de mil<strong>la</strong>res”. Ninguna pluma humana puede describir <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a, ni m<strong>en</strong>te mortal alguna es capaz<br />

de concebir su espl<strong>en</strong>dor. “Su gloria cubre los cielos, y <strong>la</strong> tierra se ll<strong>en</strong>a de su a<strong>la</strong>banza. También su<br />

resp<strong>la</strong>ndor es como el fuego”. Habacuc 3:3, 4 (VM). A medida que va acercándose <strong>la</strong> nube vivi<strong>en</strong>te, todos<br />

los ojos v<strong>en</strong> al Príncipe de <strong>la</strong> vida. Ninguna corona de espinas hiere ya sus sagradas si<strong>en</strong>es, ceñidas ahora<br />

<strong>por</strong> gloriosa diadema. Su rostro bril<strong>la</strong> más que <strong>la</strong> luz deslumbradora del sol de mediodía. “Y <strong>en</strong> su<br />

vestidura y <strong>en</strong> su muslo ti<strong>en</strong>e escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”. Apocalipsis 19:16.<br />

Ante su pres<strong>en</strong>cia, “hanse tornado pálidos todos los rostros”; el terror de <strong>la</strong> desesperación eterna<br />

se apodera de los que han rechazado <strong>la</strong> misericordia de Dios. “Se deslíe el corazón, y se bat<strong>en</strong> <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s,<br />

[...] y palidece el rostro de todos”. Jeremías 30:6; Nahúm 2:10 (VM). Los justos gritan temb<strong>la</strong>ndo: “¿Quién<br />

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