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HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS ... - Iasdsanjudas.com

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el valor de la bendición que tan impetuosamente habían desechado. Confesaron<br />

que su propia incredulidad era la que les había vedado la entrada a Canaán.<br />

"Pecado hemos contra Jehová," dijeron, y reconocieron que la culpa era de ellos, y<br />

no de Dios, a quien tan inicuamente habían acusado de no cumplir las promesas<br />

que les hiciera. A pesar de que su confesión no provenía de un arrepentimiento<br />

verdadero, sirvió para vindicar la justicia con que Dios los había tratado.<br />

Aun hoy obra el Señor en forma similar para glorificar su nombre e inducir a los<br />

hombres a reconocer su justicia. Cuando los que profesan amarle se quejan de su<br />

providencia, menosprecian sus promesas, y, cediendo a la tentación, se unen a<br />

los ángeles malos para hacer fracasar los propósitos de Dios, con frecuencia el<br />

Señor predomina sobre las circunstancias de tal manera que trae a estas<br />

personas al punto donde, aunque no se hayan arrepentido de corazón, se<br />

convencerán de que son pecadoras y se verán obligadas a reconocer la maldad<br />

de su camino, y la justicia y la bondad con que las trató Dios. Así es cómo Dios<br />

crea medios de contrarrestar y hacer manifiestas las obras de las tinieblas. Y a<br />

pesar de que el espíritu que incitó a aquellas personas a seguir su impía conducta<br />

no ha cambiado radicalmente, ellas hacen confesiones que vindican el honor de<br />

Dios, y justifican a aquellos que las reprendieron fielmente y a quienes resistieron<br />

y calumniaron. Así será cuando por fin se 415 derrame la ira de Dios, cuando el<br />

Señor venga "con sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a<br />

todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad." (Jud. 14,<br />

15.) Todo pecador se verá <strong>com</strong>pelido a ver y reconocer la justicia de su<br />

condenación.<br />

Despreciando la sentencia divina, los israelitas se prepararon para emprender la<br />

conquista de Canaán. Equipados con armaduras y armas de guerra, se creían<br />

plenamente apercibidos para el conflicto; pero a la vista de Dios y de sus siervos<br />

entristecidos, adolecían de una triste deficiencia. Cuando casi cuarenta años más<br />

tarde, el Señor les ordenó a los israelitas que subieran y tomaran Jericó, prometió<br />

a<strong>com</strong>pañarlos. El arca que contenía su ley era llevada delante de sus ejércitos.<br />

Los jefes que él designara habían de dirigir sus movimientos bajo la dirección<br />

divina. Con tal dirección ningún daño podía sucederles, pero ahora, contrariando<br />

el mandamiento de Dios; y la solemne prohibición de sus jefes, sin el arca y sin<br />

Moisés, salieron al encuentro de los ejércitos enemigos,<br />

La trompeta dio un toque de alarma, y Moisés se apresuró en pos de ellos con la<br />

advertencia: "¿Por qué quebrantáis el dicho de Jehová? Esto tampoco os<br />

sucederá bien. No subáis, porque Jehová no está en medio de vosotros, no seáis<br />

heridos delante de vuestros enemigos. Porque el Amalecita y el Cananeo están<br />

allí delante de vosotros, y caeréis a cuchillo."<br />

Los cananeos habían oído hablar del poder misterioso que parecía guardar a ese<br />

pueblo, y de las maravillas obradas en su favor; y reunieron un ejército poderoso<br />

para rechazar a los invasores. El ejército atacante no tenía jefe. Ninguna oración<br />

se elevó para pedir a Dios que le diese la victoria. Emprendió la marcha con el<br />

propósito desesperado de revocar su suerte o morir en la batalla. Aunque no tenía<br />

preparación guerrera alguna, constituía una multitud inmensa de hombres<br />

armados, que esperaban aplastar toda oposición mediante un feroz y repentino<br />

asalto. Presuntuosamente desafiaron al enemigo que no había osado atacarlos.<br />

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