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De colonial a nacional: la carrera eclesiástica del clero secular chileno entre 1650 y 1810
el rol de cabeza de familia en quien recaía la responsabilidad del
mantenimiento y dotación de sus hermanos y sobrinos para tomar
estado. La fundación de capellanías de sangre con el fin de servir
de título de órdenes generación tras generación favoreció este
proceso, al punto que dedicarse a los negocios familiares fue el
sentido del sacerdocio para algunos miembros del clero secular, los
clérigos particulares. Las capellanías aportaron también fondos
para el sostenimiento de madres viudas, hermanas doncellas y
sobrinos huérfanos, amparados en la casa del tío sacerdote.
La Iglesia reaccionó ante esta imposición de miembros desde
las familias poniendo condiciones para la ordenación sacerdotal,
formulándose entonces la teología de la vocación que vinculó tres
exigencias para la misma: vida pura e inocente, pureza de
intención y entrada económica regular, tres elementos que pasaron
a ser los signos inequívocos de una inclinación al estado
eclesiástico. En este contexto hay que situarse para entender una
vocación eclesiástica del Antiguo Régimen, en la que no se incluía
como un elemento definitorio de la misma la opción personal como
un signo precisamente de esa vocación.
El concilio de Trento también reaccionó ante los atractivos no
vocacionales que promovían la entrada al clero secular, tales como
el fuero eclesiástico, la subsistencia asegurada, la cultura y la
influencia social del clero en una sociedad sacralizada. Desde
entonces se evaluó la aptitud de un candidato para ser presbítero.
Se regularon las edades para recibir las órdenes menores y
mayores, los estudios que se exigirían y la evaluación de la calidad
de vida. Pero fue en las diócesis donde se elaboraron los criterios
de discernimiento ajenos al candidato para discernir su
incorporación al clero, fundamentalmente a través del informe de
los párrocos y de la elaboración de la relación de vita et moribus. A
través de las Leyes de Indias y de los concilios provinciales, estos
principios fueron aplicados a los territorios americanos de la
Monarquía española e incorporados a una carrera eclesiástica que
ésta estructuró vinculando administrativamente entre sí espacios
geográficos. Esta carrera en el imperio español y en el período de
nuestro estudio respetó la graduación establecida entre órdenes
menores y mayores y el orden jerárquico de la Iglesia secular, pero
fue la Monarquía la que aportó los criterios de ascensos a los que
presentaba el Rey patrón. En una sociedad estructurada en base a
redes de relaciones no resulta extraño encontrar estas redes
presentes en el inicio o desarrollo de una carrera
eclesiástica, particularmente en torno a los obispos. Estos contactos
personales fueron positivamente evaluados por la Cámara
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