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De colonial a nacional: la carrera eclesiástica del clero secular chileno entre 1650 y 1810
Las Leyes de Indias 3 establecían la obligación del vicepatrón o
de su delegado al que se llamaba “asistente real”, de asistir a las
oposiciones de las canonjías de oficio. Este asistente informaba a
la Cámara de Indias en forma separada al informe del obispo y del
cabildo eclesiástico sobre cómo se había desarrollado la oposición,
informe que, por cierto, era muy considerado por la Cámara. Debía
incluir un comentario relativo a las habilidades de los candidatos
en la exposición de la disciplina particular, pero también de su
hidalguía, virtud y otras cualidades personales y familiares que
considerara relevantes. Participaba más bien en calidad de
observador del desarrollo de la oposición. Informaba además al
vicepatrón sobre los opositores y su desempeño, formulando
también su opinión sobre la conformación de la terna por el obispo
y el cabildo eclesiástico.
Las oposiciones parroquiales también se celebraban con la
presencia de un asistente del gobernador que informaba a éste
sobre el desarrollo de la oposición. El concilio de Trento prohibía
expresamente la asistencia de un examinador que no fuera sinodal
al que se le adjudicara voto. También en la celebración de las
oposiciones de curatos en sede vacante el vicepatrón nombraba un
asistente para que las presenciara y le asesorase sobre la persona
más idónea para la presentación. Se trataba en realidad de controlar
al cabildo eclesiástico en sede vacante durante los períodos en que
gobernaba. Estos asistentes eran generalmente religiosos, de
diferentes órdenes, comisionados por el gobernador para una
oposición específica. También algunos oidores de la real
Audiencia podían ser seleccionados para cumplir esta tarea. Otros
beneficios eclesiásticos menores, como los de teniente cura, eran
proveídos por nombramiento del obispo, siempre de acuerdo con el
vicepatrón. También la Corona quiso controlar los nombramientos
de visitadores eclesiásticos del obispado que se hacían durante las
sedes vacantes, debiendo ser aprobados por los vicepatronos. Se
justificaba esta determinación en la obligación de que en las
personas nombradas fueran idóneas y cumplieran con los requisitos
requeridos por el concilio de Trento. 4
Como no fueron establecidos los límites de actuación entre la
Monarquía y el Papado en torno al gobierno de la Iglesia americana,
los conflictos jurisdiccionales estallaron también a nivel local entre la
Iglesia diocesana y los vicepatronos. El sistema siempre dio origen a
disputas entre los vicepatrones, los obispos y cabildos eclesiásti-
3 Leyes de Indias, ley 7, título VI.
4 De la Hera, Alberto, El regalismo borbónico..., op. cit., p. 196.
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