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y de los riesgos de hacer demasiada dieta, pero ¿dónde se encuentra la línea que separa

lo normal de lo excesivo y de quién podemos fiarnos para que la trace adecuadamente?

En el momento álgido de la alerta terrorista en Estados Unidos, el secretario de

Sanidad y Servicios Humanos, Tommy Thompson, declaró ante una comisión del

Senado que «la obesidad es un problema crítico de salud pública en nuestro país que

motiva que millones de estadounidenses sufran problemas de salud innecesarios y

mueran prematuramente». Hasta la formulación misma de los términos de la declaración

de Thompson seguía las pautas habituales de sus colegas de otros departamentos

gubernamentales ocupados en aquel momento en el frente de la guerra antiterrorista.

La grasa desempeña un papel central en la incertidumbre que asedia a la mayoría de

estadounidenses (el New York Times bautizó la batalla de la obesidad como «una guerra

cultural para el nuevo siglo») y no son pocas las fuerzas impacientes por sacar partido

del deseo que sienten los norteamericanos de mitigar los temores que provoca la

sensación de inseguridad derivada de dicha incertidumbre. Por un lado, envalentonados

por su victoria en la batalla contra los gigantes del tabaco y con renovado ánimo de

lucha, nos encontramos a los abogados especializados en destapar conspiraciones. Por

otro, están los grandes productores de comida preparada y los dueños de las cadenas de

restaurantes de comida rápida, que se parapetan (como antes intentaran las compañías

tabaqueras) tras los sagrados derechos constitucionales del ciudadano y la libertad de

elección del consumidor.

Los abogados han presentado ya demandas contra McDonald’s, Wendy’s, Kentucky

Fried Chicken, Burger King y otras cadenas de comida rápida. Representan a

«víctimas» como un tal Gregory Rhymes, un chico de quince años y 1,68 metros de

estatura que pesa más de 180 kilogramos. Rhymes dijo que comía en McDonald’s

varias veces al día y que pedía, sobre todo, menús Big Mac «gigantes» con patatas

fritas y batidos de chocolate. Su abogado, Samuel Hirsch, explicó que Rhymes y otros

clientes eran engañados de manera intencionada por las compañías de restauración, que

explotaban astutamente el desconocimiento que aquellos tenían de «lo que es bueno

para ellos», a lo que las compañías, de boca (y pluma) de personajes públicos

similarmente imponentes e influyentes, respondieron convirtiendo la «libertad de

comer» en un caso que sirviera para sentar jurisprudencia sobre la libertad individual

en general. Como Thomas J. DiLorenzo explicaba en su obra (y gran éxito de ventas)

How Capitalism Saved America (citando el clásico libertariano de Ludwig von Mises,

La acción humana):

En cuanto se admite como principio que el Estado tiene el deber de proteger

al individuo de su propia estupidez, ya no es posible plantear objeciones serias

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