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ese «ciclo del deseo» rote más deprisa, el mercado ofrece un volumen continuamente

creciente de habilidades y conocimientos y diseña un número cada vez mayor de

artilugios para ponerlos en práctica. Así se entiende la respuesta que dio Chris

St. George, un respetadísimo asesor en temas de fitness que trabaja en uno de los

establecimientos del ramo más conocidos de Londres, a un hombre que se quejaba de

que le gustaba comer bien, pero no podía compatibilizar ese impulso con la tarea de

mantener su línea a raya: «venga a hacer ejercicio al gimnasio con más frecuencia y

acelerará su metabolismo».

Algo que le ayudará a hacerse una mejor idea de lo que es un consumidor centrado

en (y fascinado por) su cuerpo es imaginarse a usted mismo siendo un músico que toca

un instrumento para su propio placer privado, sin compartirlo con nadie, y de cuyas

dulces y relajantes (o excitantes y embriagadoras) notas es el único oyente. Imaginar

algo así es fácil, ya que no deja de ser una experiencia que muchas personas han vivido

o han observado. El problema, sin embargo, es que el desafío al que se enfrentan los

consumidores ya avezados no se detiene ahí. Los instrumentos que dichos clientes son

exhortados a tocar para producir las agradables melodías que se les promete disfrutar

son ellos mismos. Para expresar y consumir las sensaciones placenteras que se espera

que produzcan sus cuerpos, se les adoctrina para que aparezcan simultáneamente en tres

papeles distintos: el del intérprete, el del oyente y el del instrumento. De ellos se

espera que sincronicen, fusionen y mezclen los tres papeles (y a ello se les induce),

pero los objetos de sus esfuerzos se niegan obstinadamente a aceptar o a mantener un

equilibrio mutuo mínimamente duradero y completamente satisfactorio.

El más desconcertante e inquietante de los muchos retos es el nada agradable

régimen al que su cuerpo —herramienta con la que han de forjarse las sensaciones

placenteras— tiene que someterse para dar continuidad a la producción. Después de

que a su cuerpo (en calidad de herramienta productora de placer) se le haya

administrado una consistente dosis de ese régimen, mucho tendrá que rezar usted para

que ese mismo cuerpo —ahora en su vertiente de conocedor de sensaciones— esté

todavía listo para servir de recipiente jovial, hábil, eficiente y agradecido de los

placeres por venir. En el lenguaje común, la capacidad del cuerpo para producir los

placeres que quizás (sólo quizás) sea luego capaz de disfrutar se engloba bajo el

vocablo fitness (forma física). El problema, sin embargo, es que, muchas veces, acaba

resultando incompatible el hecho de llevar el cuerpo a ese estado de forma física con la

finalidad que se pretendía conseguir con tal estado de forma…

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