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Denning matiza que no fue la reacción a tal «infravaloración» la que determinó el punto

de inflexión original de ese «giro cultural», como tampoco fue la reacción a la

«sobrevaloración» la que indujo el actual giro hacia los «estudios posculturales», sino

el hecho de que el «momento histórico» de la división en tres del planeta (un momento

que hizo plausible la «cultura» de los «estudios culturales») ya haya pasado [143] . El que

ha cambiado es el mundo; la era del primer, segundo y tercer mundo ha tocado a su fin,

dejando el camino despejado para «el momento de la globalización», al que no han

hecho más que seguir de inmediato el mencionado reenfoque de la atención académica y

su giro consiguiente en el plano teórico. A ese nuevo momento es al que, en opinión de

Denning, corresponde mayor responsabilidad por el hecho de que el centro de interés

se haya desplazado de la cuestión de «cómo se producen los pueblos» (las naciones, las

etnias, las razas, etc.) y de la crítica de los «aparatos ideológicos estatales» y de las

«industrias culturales» hacia la constatación del «surgimiento de una cultura global»,

hacia una «crítica cultural transnacional» y hacia el nuevo vocabulario de la

«hibridez», el «criollismo» o la «diáspora».

Permítanme aclarar, en cualquier caso, que es la cada vez más «transnacional» élite

del conocimiento la que figura a la vanguardia de la «globalización» (forma abreviada

esta última de referirse tanto al debilitamiento real —o supuesto— y gradual —pero

implacable— de la mayor parte de las distinciones de base territorial, como a la

sustitución de los grupos y asociaciones definidos territorialmente por «redes»

electrónicamente mediadas, para las que no importa el espacio físico y que han cortado

sus ataduras con lo local y con las soberanías localmente circunscritas). Y permítanme

también añadir que es esa élite del conocimiento la primera en experimentar su propia

situación como «transnacional» y que son esas experiencias las que suele reprocesar en

forma de un concepto de «cultura global» en la que la «hibridación» es la tendencia

dominante. Esa es una imagen que el resto (no tan móvil) de la humanidad difícilmente

consideraría una representación fiel (siquiera aproximada) de su propia realidad diaria.

Este es, sin duda, un punto de inflexión fundamental, aunque principalmente

circunscrito a la posición, la aspiración y la función sociales de la élite del

conocimiento. Por mucho que hayan cambiado los temas de interés al pasar de un

planeta de «tres mundos» a un «momento de globalización», el actual realineamiento de

los mismos en lo que al estudio de la cultura se refiere no tiene nada de repentino: se

había preparado y se había gestado mucho antes de que se anunciara la llegada de la

globalización. Sus orígenes se pueden ver ya en la Nueva Izquierda de los años sesenta,

especialmente interesada por resolver el dilema de, por citar la acertada expresión de

Denning, «cómo inventar un marxismo sin clases».

Y añado: un marxismo sin agente histórico. Un marxismo sin la más marxista de las

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