16.02.2021 Views

vida-liquida-zygmunt-bauman

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

deleite apenas disimulado. Los expertos más capaces e ingeniosos en el arte consumista

saben cómo alegrarse por deshacerse de cosas que han superado su fecha máxima de

consumo preferente (léase: de disfrute preferente). Para los maestros del arte

consumista, el valor de todo objeto radica en sus virtudes y en sus limitaciones a partes

iguales: tanto sus defectos ya conocidos como aquellos que todavía están

(inevitablemente) por descubrir prometen una renovación y un rejuvenecimiento

inmediatos, nuevas aventuras, nuevas sensaciones, nuevas alegrías. En una sociedad de

consumidores, la perfección (suponiendo que esta sea una noción que se tenga todavía

en pie) sólo podría ser la cualidad colectiva de una masa, de una multitud de objetos de

deseo; cualquiera que sea el anhelo de perfección que aún entretengamos, hoy en día ya

no aspira tanto a mejorar las cosas como a que abunden profusamente.

Y por eso, repito, la sociedad de consumo no puede ser más que una sociedad de

exceso y derroche (y, por tanto, llena de superfluidad y pródiga en gasto). Cuanto más

fluidos son sus contextos vitales, más necesitan los actores objetos de consumo

potencial con los que cubrir sus apuestas y asegurar sus acciones frente a los infortunios

del destino (rebautizados en la jerga sociobiológica como «consecuencias

imprevistas»). Sin embargo, el exceso no hace más que aumentar la incertidumbre

decisoria que, inicialmente, se esperaba que aquel aboliera o que, al menos, ayudara a

atenuar o a desactivar. De ahí que el exceso nunca sea suficientemente excesivo. La

vida de los consumidores es una sucesión infinita de ensayos y errores. La suya es una

vida de experimentación continua que, sin embargo, no alcanza nunca ese

experimentum crucis que les conduciría a un territorio de certeza fielmente

cartografiado y señalizado.

Cubran sus apuestas: he ahí la regla de oro de la racionalidad del consumidor. En

estas ecuaciones vitales hay, sobre todo, variables y muy pocas constantes (o ninguna);

además, las variables cambian de valor con demasiada frecuencia y rapidez como para

poder seguir la pista de todas sus modificaciones (y aún menos para adivinar sus

futuros giros y vueltas).

La vida consumidora es como un juego de la oca: los caminos que llevan de lo más

bajo a lo más alto (y, aún más, los que llevan desde lo más alto a lo más bajo) son

estremecedoramente cortos. Las subidas y las caídas se producen a la velocidad de un

lanzamiento de dados y ocurren sin apenas previo aviso. La fama alcanza pronto su

punto de ebullición y empieza enseguida a evaporarse; una persona de gran belleza

puede estar viviendo sin techo y durmiendo míseramente debajo de un puente sin que

haya forma de saber lo bella que es hasta que algún cazatalentos con ojo de lince la

localiza y lo proclama a los cuatro vientos: la moda que es obligado vestir (o con la

que es obligado que nos vean) en un momento determinado se vuelve anticuada en

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!