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abandono de la Ley. Los segundos permanecen «socialmente desnudos» porque, al ser

abandonados por la Norma, se les ha negado la oportunidad de tejer su propio «ropaje

social» (una labor supuestamente individual en la actualidad), habiéndoles sido ya

negado anteriormente el acceso al hilo del que se espera que estén hechas las

vestimentas socialmente apropiadas en la sociedad de consumidores.

La infancia consumidora

«Los niños son geniales», admite Barbara Ellen, aunque se apresura enseguida a

añadir: «pero hay veces en que cuidar de ellos se hace increíblemente aburrido, y es

ridículo (incluso peligroso) fingir que no es así» [77] . La propia Ellen lo había fingido

durante mucho tiempo hasta que se sintió sumamente aliviada de descubrir que aquel

sentimiento no era suyo personal en exclusiva ni algo de lo que sentirse culpable: había

más personas que habían intentado reprimir esas sensaciones porque temían que

expresarlas chocaría frontalmente con el ambiente predominante de su época (o, al

menos, con su versión oficial y socialmente obligatoria o «políticamente correcta»).

Me resulta divertida esa nueva moda de resaltar lo que ser madre tiene de

«carga». En Estados Unidos, un libro, The Mommy Myth, ha causado

recientemente un gran revuelo y por aquí nos encontramos por doquier con

mujeres que se quejan de que ser madre no es tan bueno como lo pintan y a

veces hasta se preguntan por qué se molestaron siquiera en serlo.

En una muestra de ese hábito tan común que es exigir que se definan buenos y malos

en todas las ocasiones, y que se identifique un culpable de cualquier inconveniencia que

nos cause malestar en la vida, Ellen lanza la siguiente reflexión: «Es inevitable que nos

preguntemos quién está detrás de este nuevo estallido mundial de enfurruñamiento con

el “mito de la mamá”». Ella opta por una respuesta fácil y atribuye la responsabilidad a

las «mujeres de carrera», que demoran tanto el momento de ser madres que le toman el

gusto a estar fuera de casa y echan enseguida de menos la oficina (que evocan con

«nostalgia teñida de color de rosa»). Si, finalmente, se decidieran a ser madres, sólo a

la fuerza estarían dispuestas a renunciar a lo anterior para cambiarlo por las

«desagradables discusiones de alcoba» que la nueva situación comportaría. Niños

frente a carrera profesional; reclusión doméstica frente a un mundo de aventuras

continuas; el tedio de los críos frente a los extensos, nunca explorados del todo y

(precisamente por ello) atrayentes espacios «abiertos». Esta contraposición tiene claros

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