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REFUGIARSE EN LA CAJA DE PANDORA O MIEDO Y SEGURIDAD EN LA

CIUDAD

«A falta de comodidad existencial, hoy nos conformamos con la seguridad o con un

trasunto de esta», escriben los editores del Hedgehog Review en la introducción a un

número especial de la revista dedicado al miedo [49] .

El terreno sobre el que supuestamente descansan nuestras perspectivas de vida es

sin duda inestable, como también lo son nuestros empleos y las empresas que los

ofrecen, nuestros compañeros/compañeras y nuestras redes de amigos, la situación de

la que disfrutamos en la sociedad, y la autoestima y la autoconfianza que se derivan de

aquella. El «progreso», otrora la más extrema manifestación de optimismo radical y

promesa de una felicidad universalmente compartida y duradera, se ha desplazado hasta

el polo de expectativas opuesto, de tono distópico y fatalista. Ese concepto representa

ahora la amenaza de un cambio implacable e inexorable que, lejos de augurar paz y

descanso, presagia una crisis y una tensión continuas que harán imposible el más

mínimo momento de respiro (algo así como un juego de las sillas en el que un segundo

de distracción puede comportar una derrota irreversible y una exclusión inapelable). En

lugar de grandes expectativas y de dulces sueños, el «progreso» evoca un insomnio

repleto de pesadillas en las que uno sueña que «se queda rezagado», pierde el tren o se

cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad y que no deja de acelerar.

Incapaces de aminorar el vertiginoso ritmo del cambio (para cuánto más de prever y

controlar su dirección), nos centramos en aquello sobre lo que podemos (creemos que

podemos o se nos asegura que podemos) influir: tratamos de calcular y minimizar el

riesgo de que nosotros mismos (o aquellas personas que nos son más cercanas y

queridas en el momento actual) seamos personalmente víctimas de los incontables e

indefinibles peligros que este mundo impenetrable y su futuro incierto nos deparan. Nos

sumergimos en el escudriñamiento de «los siete signos del cáncer» o de «los cinco

síntomas de la depresión», o en la exorcización de los fantasmas de la hipertensión

arterial y de los niveles elevados de colesterol, el estrés o la obesidad. Buscamos, por

así decirlo, blancos hacia los que dirigir nuestro excedente de temores a los que no

podemos dar una salida natural y los hallamos tomando elaboradas precauciones contra

todo peligro visible o invisible, presente o previsto, conocido o por conocer, difuso

aunque omnipresente: nos encerramos entre muros, inundamos los accesos a nuestros

domicilios de cámaras de televisión, contratamos vigilantes armados, usamos vehículos

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