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que la vida de prácticamente cualquier otro objeto) no tuviera que ser dividida en una

serie de episodios independientes y de nuevos comienzos. Pero ese mundo no existe y

las probabilidades de que los lazos interpersonales se vean exentos de las pautas

consumistas (que son cognitivas además de conductuales) son ínfimas. De resultas de

ello, las relaciones se están convirtiendo en la principal fuente (en apariencia

inagotable) de ambivalencia y ansiedad.

En un escenario líquido, de flujo rápido e impredecible, necesitamos más que nunca

lazos firmes y fiables de amistad y confianza mutua. A fin de cuentas, los amigos son

personas con cuya comprensión y ayuda podemos contar en caso de que tropecemos y

caigamos, y, en el mundo en que vivimos, ni los surfistas más veloces ni los patinadores

más ágiles están asegurados frente a tal eventualidad. Pero, por otra parte, esos mismos

contextos líquidos y caracterizados por el rápido fluir de los acontecimientos favorecen

a quienes viajan ligeros de equipaje: si las condiciones cambian y obligan a moverse

con rapidez para comenzar de nuevo desde cero, los compromisos a largo plazo y los

lazos de los que resulte difícil desligarse pueden suponer una pesada carga, un lastre

que debe ser arrojado por la borda. No existe, pues, una elección perfecta. No se puede

nadar y guardar la ropa al mismo tiempo y, sin embargo, eso es lo que el contexto en el

que usted trata de conformar su vida le insiste que haga. Cualquiera que sea la decisión

que tome, no hará más que acumular problemas.

Ese es quizás el motivo por el que tantas personas prestan tanta atención a los

mensajes de Blackburn y de Marsden (así como a otros de signo similar con los que son

bombardeadas desde todos los flancos, sobre todo desde los intensamente populares

programas de la llamada «telerrealidad») y por el que les gusta lo que les cuentan.

Algunos de esos mensajes les ofrecen absolución de sus culpas: «no es culpa tuya», «no

has obrado mal», «todo el mundo comparte esa misma suerte», «todo el mundo se

enfrenta a las mismas opciones y acaba haciendo lo mismo». Otros mensajes les

ofrecen licencia para taparse los oídos frente a la voz de la conciencia: «si no expulsas

del juego al “eslabón más débil de la cadena”, otros te expulsarán a ti». Los románticos

desvalidos y desamparados son, precisamente, los principales candidatos a convertirse

en los «eslabones más débiles» en los juegos de otras personas más serenas y sobrias.

La vida es un juego de suma cero; ayúdate y el cielo te ayudará.

Es en ese mundo en el que nacen los niños y las niñas de hoy; en él crecen y en él

han de ser admitidos cuando sean adultos. Los niños observan. Y aprenden. Charles

Schwarzbeck lo ha resumido de este modo: «Nuestros hijos e hijas se toman muy a

pecho lo que ven y oyen en su relación con nosotros. Contra lo que podamos suponer,

ellos no están y dejan de estar con nosotros como si encendieran y apagaran un

interruptor, sino que siempre están con nosotros, interactuando y siendo testigos de la

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