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la paz». Cuando no se fija una cota, es evidente que no existe modo alguno de conocer

lo alejado que se está de ella ni cuánto más habrá que luchar para alcanzarla, Esa

incertidumbre es inamovible. No desaparecerá a menos que usted arroje la toalla,

renuncie a toda esperanza de victoria y deje de intentarlo. Quizás la única escapatoria

que le quede sea entrar en Adictos al Fitness Anónimos…

Dado que el ideal de la forma física sólo ofrece instrucciones generales vagas e

inciertas sobre lo que se ha de hacer y lo que conviene evitar, y dado que nunca se

puede estar seguro de que tales instrucciones no cambiarán o, incluso, de que no serán

revocadas antes de que puedan ponerse plenamente en práctica, luchar por la forma

física significa no descansar nunca, o, por lo menos, no tener nunca la sensación de

descansar con la conciencia limpia y sin aprensión. La persona dedicada a la causa del

fitness corporal está en constante movimiento. Siempre debe estar cambiando y atenta a

nuevos cambios. El latiguillo de nuestro tiempo es la «flexibilidad»: toda forma debe

ser maleable, toda situación debe ser temporal y toda figura debe ser reconfigurable.

Esa clase de re-formación obsesiva y adictiva constituye tanto un deber como una

necesidad.

Para la sociedad de consumidores —y para el mercado de consumo en el que

aquella se cimienta y del que obtiene su fuerza motriz—, esta es una circunstancia

afortunada: de hecho, supone su garantía de supervivencia.

La yihad (vitalicia e imposible de ganar) por la forma física corporal reformula el

mundo exterior al cuerpo concibiéndolo como escenario de peligros formidables y

aterradores, indescriptibles y, básicamente, incognoscibles. Aunque usted no haya sido

objeto de daño directo alguno, cualquier cosa que ingiera o inhale, cualquier partícula

que se filtre por su piel sin invitación previa o que consiga de algún otro modo penetrar

en el interior de su yo de carne y hueso, podría interferir en el régimen que usted ha

diseñado para preservar la forma física de su cuerpo; podría hacerle retroceder muchas

semanas, meses o años de abnegados esfuerzos de autodisciplina e inmolación. El

mundo exterior sería un territorio lisa y llanamente hostil de no ser porque sirve de

terreno de pasto indispensable que el cuerpo de todo buscador de sensaciones está

condenado a recorrer y explorar porque no hay otro que pueda sustituirlo.

Las aberturas existentes en el interfaz entre el cuerpo y el resto del mundo pueden

ser, quizás, vigiladas de cerca, fortificadas y protegidas, pero nunca cerradas y, ni

mucho menos, selladas herméticamente. No sólo no puede evitarse el tráfico

transfronterizo, sino que ha de ser activamente fomentado, ya que corre tanto peligro si

pierde ímpetu y se apaga (o, aún peor, se estanca) como si se desborda fuera de control.

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