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actualizando y corrigiendo el punto de encuentro previamente determinado.
Podríamos afirmar que los misiles inteligentes siguen una estrategia de
«racionalidad instrumental», aunque en una versión licuada y fluida (por así decirlo) de
la misma, lo que significa que se renuncia al supuesto de que el fin viene ya dado y
permanece fijo e inmóvil todo el tiempo y de que, por tanto, lo único que hay que
calcular y manejar son los medios. De hecho, los misiles que sean aún más inteligentes
no se limitarán a un único blanco preseleccionado, sino que escogerán objetivos sobre
la marcha. Lo que los guiará será, más bien, la consideración de qué es lo máximo que
pueden conseguir dadas sus capacidades técnicas y cuáles de los blancos potenciales
están mejor equipados para alcanzar. Nos hallaríamos entonces ante lo que podríamos
llamar un ejemplo de «racionalidad instrumental» a la inversa: los objetivos se
seleccionan mientras el misil está en el aire y lo que decide qué «fin» acaba siendo el
elegido son los medios disponibles en cada momento, En ese caso, la «inteligencia» del
proyectil en vuelo y su eficacia se verían beneficiadas si su equipamiento tuviese un
carácter «generalista» o «no comprometido», no centrado de antemano en ninguna
categoría específica de fines ni excesivamente ajustado al impacto en un tipo de blanco
determinado.
Los misiles inteligentes, a diferencia de sus anteriores parientes balísticos,
aprenden sobre la marcha. Por lo tanto, lo que necesitan que se les suministre al
principio es la capacidad de aprender, y de aprender deprisa. Esto es obvio. Lo que ya
resulta menos visible, sin embargo, aunque no menos crucial que la habilidad de
aprender con rapidez, es la capacidad de olvidar al instante lo que se ha aprendido con
anterioridad. Los proyectiles no serían inteligentes si no pudieran «cambiar de opinión»
o revocar sus «decisiones» previas sin dudarlo un instante y sin lamentarlo en
absoluto… No deben sentir demasiado apego por la información que adquieren y, bajo
ningún concepto, deben acostumbrarse a comportarse en el sentido sugerido por esa
información. Toda la información que adquieren se vuelve anticuada muy rápidamente
y, si no se desecha de inmediato, puede resultar engañosa en vez de proporcionar
orientación fiable. Lo que nunca debe olvidar el «cerebro» de los proyectiles
inteligentes es que el conocimiento que adquieren es sumamente desechable, válido
sólo hasta nuevo aviso y útil sólo de forma temporal, y que para tener garantías de éxito
no se puede pasar por alto el momento en el que el conocimiento adquirido deja de ser
útil y tiene que ser descartado, olvidado y reemplazado.
Los filósofos de la educación de la era moderna sólida concebían a los maestros
como lanzadores de proyectiles balísticos y les instruían sobre cómo asegurarse de que
sus productos se mantuvieran estrictamente dentro de la trayectoria prediseñada,
determinada por el impulso original. No es de extrañar, pues, que los proyectiles