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manera en que llevamos nuestra vida personal» [85] . Los niños y las niñas se toman muy

en serio lo que nosotros (las personas adultas) hacemos. Después de todo, nosotros

somos la autoridad. Nosotros representamos el mundo.

Jean-François Lyotard, el reconocido como padre espiritual del giro posmoderno en

nuestra percepción del mundo humano, insistía, sin embargo, que al niño le había

tocado en suerte (¿suerte?) la más plena representación de la humanidad:

Privado de habla, incapaz de mantenerse erguido, vacilante sobre los

objetos de su interés, inepto para el cálculo de beneficios, insensible a la razón

común, el niño es eminentemente lo humano porque su desamparo anuncia y

promete los posibles [86] .

Lyotard no fue el descubridor de esta idea, ni siquiera cuando la formuló por

primera vez. Se limitó a reproducir una opinión que, desde el principio de los tiempos

modernos, ha gozado de gran predicamento entre los pensadores y los autores

interesados por el enorme abismo que separa la imaginación y la inocencia de los niños

de la rutina sin sentimentalismos y la corrupción de la mayor parte de la vida adulta, y

preocupados también por el descuidado despilfarro del poder espiritual y del potencial

creativo de los niños que se produce durante su proceso de «maduración». Kiku Adatto

señaló que, para todos esos autores, resultaba

intrigante que el período más desvalido y dependiente de la vida —la

infancia— sea también el que se relaciona con el estado más sólido del alma,

con el estadio más puro de la conciencia moral y con la fase más natural y

creativa de la vida humana. Dostoyevski declaró que «el alma se cura en

compañía de niños». En Oliver Twist, La pequeña Dorrit y otras novelas de

Dickens, el niño representa un emblema de bondad y virtud frente a la

corrupción, las injusticias y las vanidades de la sociedad [87] .

Lyotard comentó también con tristeza que todos los esfuerzos de la «sociedad»,

todas las presiones socializadoras (corporales y mentales), deliberadas o no, están

destinadas a dirigir el proceso de «maduración» en sentido contrario al de las

cualidades humanas (demasiado humanas) de la infancia. Es como si la lógica de la

sociedad humana consistiese en huir de la humanidad de sus miembros…

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