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precisa aún de más dinero para pagar el alquiler de un lugar en el que acampar al otro

lado. Cuando dicho servicio corre a cargo de los mercados de consumo, la urgencia y

el ímpetu con el que se participa en la maratón de la búsqueda de la individualidad se

deben al terror de vernos atrapados, absorbidos y devorados por la multitud de

corredores que oímos resoplar a nuestras espaldas. Pero para incorporarse a la carrera

o para seguir en ella, primero hay que comprarse las «zapatillas especiales para la

maratón» que —¡oh, sorpresa!— el resto de corredores llevan ya calzadas o se han

propuesto como obligación obtener. Ser un individuo en la sociedad de individuos

cuesta dinero, mucho dinero: la carrera por la individualización tiene el acceso

restringido y polariza a aquellas personas que cuentan con las credenciales necesarias

para entrar en ella de las que no. Como en los sucesivos capítulos del programa Gran

hermano, las filas de los eliminados no dejan de aumentar.

No es de extrañar, pues, que la individualización tenga sus detractores y sus

descontentos. Paralela a la producción de consumidores felices corre otra, menos

publicitada pero no menos eficiente, de descalificados tanto del festín de los

consumidores como, al mismo tiempo, de la carrera por la individualización.

Toda sociedad individualmente considerada (aunque en un planeta que se globaliza

con rapidez, si decimos que hablamos de cada una de nuestras sociedades

«individualmente consideradas», no debemos tomárnoslo muy al pie de la letra) está

afectada, hasta la más próspera. Richard Rorty, reflexionando sobre la reciente

transformación de la sociedad estadounidense, sugiere que al «aburguesamiento del

proletariado» le ha sucedido allí la «proletarización de la burguesía», debido a que los

ingresos de un número creciente de familias de clase media apenas dan para «una

humillante y precaria existencia», acuciada además «por el temor a rebajas salariales y

de plantilla, y a las desastrosas consecuencias de una baja por enfermedad, aun de las

más breves» [15] . Pero la polarización inducida por la privatización y la

individualización forzosas de las actividades vitales tiene también dimensiones

planetarias. Las oportunidades para cruzar el espacio que separa la individualidad de

iure de la que es de facto están distribuidas de manera sensiblemente desigual entre

unos rincones del globo y otros. Las vacas europeas están en mejor situación que la

mitad de la población humana mundial debido a que los gobiernos del Occidente rico

gastan 350 000 millones de dólares anuales en subvencionar su agricultura. Londres

ocupa una superficie de 1500 kilómetros cuadrados, pero, según cálculos del

International Institute for Environment and Development (Instituto Internacional para el

Medio Ambiente y el Desarrollo), debe utilizar un territorio equivalente más o menos a

la totalidad del terreno útil en Gran Bretaña para abastecer el consumo de sus

habitantes y para almacenar los residuos que producen [16] . El urbanita norteamericano

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