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que las cosas sean diferentes y, en segundo lugar, porque están seguros de que ellos

pueden hacerlas diferentes.

Dicho esto, señalemos ahora algunas disimilitudes igualmente llamativas entre esos

dos repartos de personajes centrales: en concreto, tres diferencias.

Para empezar, los protagonistas de la primera historia estaban empeñados en dirigir

cosas. Su aspiración era administrar, gobernar, gestionar. Buscaban formas más

eficientes de observar y supervisar el mundo para utilizarlas luego para transportar a

los seres humanos —a todos ellos— a una situación de mayor felicidad. La felicidad,

pensaban, sería el resultado de un mundo bien gestionado, es decir: 1) de una naturaleza

no humana que, gracias a los esfuerzos humanos, habría sido moldeada hasta adoptar

una forma más dócil para su uso humano y más propensa a la felicidad humana, y 2) de

una naturaleza humana de la que se habría limpiado todo lo que no se ajustase a ese

estado de felicidad o pudiera ir en contra del mismo. A los protagonistas de la segunda

historia, sin embargo, no les preocupa especialmente el estado del mundo. Parecen

seguir más bien aquel antiguo precepto: hic Rhodus, hic salta, lo que significa que

Rodas no es (ni puede ser) sustituible por otro lugar más acogedor para quienes a ella

saltan (y, aún menos, por otro lugar al que no necesiten saltar para probar su propia

credibilidad y valía). Para ellos, la felicidad es una circunstancia en la que el estado

del mundo no puede incidir porque constituye una conclusión preestablecida de

antemano o un imposible. Por consiguiente, el único modo en que los buscadores de

felicidad pueden salir de un estado de infelicidad es actuando por sí solos sobre sí

mismos (y no diseñando junto a los otros muchos buscadores de felicidad la forma de

un mundo mejor para luego sumar fuerzas y trabajar unidos a fin de conseguirlo). En

resumidas cuentas, para los protagonistas de la primera historia, la búsqueda de la

felicidad producirá realmente individuos felices si es una tarea colectiva, mientras que

para los de la segunda, se trata de una tarea privada en todos los sentidos, es decir,

emprendida y realizada de manera individual desde el principio hasta el final.

Hay otra diferencia. Para los personajes principales de la primera historia, la

reparación del mundo existente o la construcción de uno nuevo y mejorado era una

campaña que tenía un fin y un final: había que trascender la situación del mundo tal y

como ellos lo veían en aquel momento para que otro mundo pudiera existir en su lugar

(y no «cualquier otro mundo», sino uno que fuera distinto de tal modo al anterior que

cualquier otra trascendencia de ese tipo resultase ya, a partir de aquel momento,

innecesaria y superflua). En otras palabras, el fin que se buscaba era un mundo

perfecto; cuando se alcanza el estado de perfección, como bien dijo Leon Battista

Alberti, todo cambio sólo puede ser a peor. La operación que los protagonistas de la

primera historia pretendían llevar a cabo tenía también un límite de tiempo; la

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