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bien, ¿cuánto dura el período total de secreción? «Unos dos años». Ese es, según
comenta el columnista que informa de los descubrimientos científicos más recientes y
de la opinión más docta del momento, «el tiempo que, más o menos, han durado todas
las relaciones serias que he tenido».
El lector puede entonces darse cuenta (y sentirse aliviado por tal descubrimiento)
de que no tiene por qué preocuparse: «esa incapacidad para seguir con mi compañero o
compañera y para evitar que nuestra relación se fuera a pique no era —como yo me
había imaginado ingenua o insensatamente— producto de un fallo de mi carácter.
Después de tanto tiempo, por fin puedo dejar de sentirme culpable y de culparme a mí
mismo. Todo era una cuestión de química, tonto. El amor es una droga. Así que, con un
poco de suerte, pronto habrá otra droga o fármaco disponible en las farmacias (y, si
espero un poco más, seguro que cubierto por la Seguridad Social) que subsane los
defectos de fábrica de la producción cerebral y compense la escasez de suministro de
la droga original o, en caso contrario, que la neutralice cuando esté cansado de mi
pareja y quiera poner fin a nuestra relación de un modo indoloro, instantáneo y no
traumático…».
Hoy en día, es difícil hallar una revista de actualidad en la que no aparezca una
referencia o una reseña entusiasta de Lust: The Seven Deadly Sins [81] , todo un best
seller de Simon Blackburn, quien en esas mismas páginas suele ser presentado como
«filósofo de Cambridge». «Un número cada vez mayor de nosotros», señala Mark
Honigsbaum, «nos estamos entregando abiertamente», por ejemplo, a lo que la alta
autoridad de la filosofía de Cambridge ha definido como «el deseo que hace que
nuestro cuerpo se sienta entusiasmado por la actividad sexual y por sus placeres por sí
mismos sin más» [82] . Eso es: «por sí mismos, sin más». No se preocupe de nada más
cuando tenga ganas de intentarlo. El sexo sin amor, sin compromiso, sin condiciones,
sin pensar en sus consecuencias (como, por ejemplo, la de añadir otro nuevo ser
humano al mundo), no debería ser considerado pecado, ni siquiera algo con lo que
sentirse incómodo. A diferencia del resto de pecados supuestamente mortales, la lujuria
sexual no es, después de todo, tan mala para usted ni tan vergonzosa ni condenable: ni
siquiera debería ser considerada un pecado.
Es difícil o, mejor dicho, imposible decir si el filósofo de Cambridge tiene o no
razón. Este es, a fin de cuentas, un asunto de evaluación y de preferencias de valor
personales, y ningún argumento, por depurado y elegante que sea, puede demostrar o
refutar la «verdad» de un valor; los valores no son ni ciertos ni falsos: sólo se adoptan
o se rechazan. Que usted se enamore cuando la oxitocina fluye libremente y que se
desenamore cuando escasee su suministro es ya harina de otro costal: la verdad de tal
afirmación sí que puede ser contrastada o, al menos, resulta únicamente creíble hasta