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la cuerda floja y se sentirán terriblemente desdichadas si se les obliga a hacerlo contra

su voluntad.

Por otra parte, cuando la que falta es la libertad, la seguridad se vive como una

esclavitud o una prisión. Peor aún: cuando se sufre durante mucho tiempo sin respiro

alguno y sin haber tenido ninguna experiencia de un modo alternativo de existencia, esa

misma reclusión puede acabar reprimiendo el deseo de libertad y la habilidad para

practicarla, y la prisión deja de ser vivida como algo opresivo para convertirse en el

único hábitat que la persona siente como natural y habitable. En el relato que hizo Lion

Feuchtwanger de las aventuras de Ulises [24] , los navegantes transformados en cerdos

por el hechizo maligno de Circe renunciaban a recuperar su forma humana cuando se les

daba la oportunidad: cómodamente descargados de toda preocupación gracias a la

comida que, aunque frugal, recibían regularmente y sin condición alguna, y gracias al

refugio (mugriento y maloliente, pero gratuito) que les proporcionaba la pocilga, no

estaban dispuestos a probar una alternativa que era más emocionante, sí, pero también

más inestable y arriesgada. Esta es una experiencia, vale la pena señalarlo, que se vive

indefectiblemente, una y otra vez, con la mediación de hechiceras o sin ella, siempre

que se rompe con las viejas rutinas (por aburridas u opresivas que estas hayan sido).

(El ejemplo más reciente nos lo han ofrecido los soldados del ejército iraquí,

desmovilizados de forma sumaria y dispensados, por tanto, de sus desagradables tareas

rutinarias, pero apartados también de los salarios regulares que las acompañaban, lo

que de inmediato hizo que volvieran sus armas contra los liberadores).

Todo aumento de libertad puede ser interpretado como una reducción de la

seguridad y viceversa. Ambas lecturas están justificadas y que sea una u otra la que

centre las preocupaciones de la población en un momento determinado depende de

otros factores que no tienen que ver con la elegancia de los argumentos expuestos a

favor de una u otra opción. No obstante, lo más probable es que todo cambio de

equilibrio entre libertad y seguridad cuente con un mayor apoyo si la decisión misma

constituye un ejercicio de libertad: las perspectivas que se pudiesen abrir a raíz de un

determinado incremento de libertad difícilmente (por no decir nunca) serían vistas

como justas si tal incremento fuese el resultado de una falta de libertad (es decir, si

hubiese sido impuesto o dispuesto sin consulta previa). Son numerosas las

investigaciones que confirman esa regla: cuando a las personas les molestan ciertos

cambios producidos en sus condiciones de vida o en las reglas del juego vital, lo que

les incomoda no es tanto que no les gusten las realidades surgidas a partir del cambio

como el modo mismo en que este se produjo (es decir, el hecho de que se produjera sin

que se les pidiera su consentimiento).

El actual discurso de la identidad se mueve inseguro en medio de todas estas

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