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promete la felicidad fácil, alcanzable por medios nada heroicos y que, por tanto,

debería estar —tentadora y gratificadora— al alcance de todo el mundo (o, mejor

dicho, de todos los consumidores). El martirio y, en general, toda clase de sufrimiento

«por una causa», es ahora re-presentado como el resultado de la fechoría de otra

persona o como un caso que sólo puede explicarse como una acción dolosa

premeditada de los actores (en cuyo caso, los culpables deben ser hallados y

castigados) o como un fallo psicológico (en cuyo caso, deberían ser sometidos a terapia

con la esperanza de que se curen algún día). A diferencia de oíros tipos pasados y

presentes de sociedad, la que aquí nos ocupa puede ser adecuadamente descrita sin

necesidad de recurrir a las categorías del «martirio» y el «heroísmo», pero necesita,

eso sí, de dos categorías relativamente nuevas que esta misma sociedad ha situado en el

centro de la atención pública: las de la víctima y el famoso (o la celebridad).

En la sociedad actual, de nadie se espera que sufra dolor a menos que este haya sido

infligido por las autoridades competentes como merecido castigo por una mala

conducta. La cuestión de hasta qué punto el dolor ocasionado se corresponde con la

magnitud y la gravedad de la falta (y puede ser entonces considerado plena y

auténticamente merecido) suele ser sumamente controvertida. El derecho a decidir

sobre tal cuestión es uno de los principales elementos en juego en la lucha por el poder,

y las decisiones que reflejan la jerarquía de fuerzas del momento continúan siendo

vinculantes (aunque no necesariamente incuestionables) mientras persista tal jerarquía.

El sufrimiento por otro motivo que no sea estrictamente el cumplimiento de una pena

(conveniente atenuada) por un delito o una falta es considerado evitable e injustificado;

si alguien lo padece, habrá que hallar al responsable de tal exceso y habrá que

inculparle por ello. Cada caso de sufrimiento es, pues, potencialmente, un caso de

victimización, y cualquiera que padezca dolor (al menos, potencialmente también) es

una víctima.

La naturalidad con la que el sufrimiento es expulsado argumentalmente por medio

de la presunción de victimización podría tener un efecto terapéutico en la persona que

sufre, haciendo que su dolor fuese un tanto más llevadero en el plano psicológico. Pero

también es posible que desvíe la atención de quienes sufren de la auténtica causa de su

sufrimiento, con lo que su dolor se prolongaría en lugar de acortarse y se intensificaría

en lugar de mitigarse (sobre todo, porque se explicaría una derrota personal como si

fuera el resultado desafortunado de las malas intenciones de otra persona y no como

consecuencia de un ordenamiento social que permite sistemáticamente que se infrinjan

tales golpes de manera aleatoria y que los convierte en omnipresentes, rutinarios e

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