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menos tiempo del que tardamos en repasar el contenido de nuestro guardarropa y lo

mismo sucede (más exagerado, si cabe) cuando nos decidimos a cambiar nuestra

moqueta por parqué. En las revistas de estilo que marcan tendencia, los artículos

dedicados a las «novedades» o a «lo que se lleva» (tanto lo que debe usted tener y

hacer como aquello con lo que, al mismo tiempo, se le debe ver) aparecen justo al lado

de reportajes sobre «lo que ya no se lleva» (lo que no debe usted tener ni hacer, y con

lo que tampoco se le debe ya ver). La información sobre las últimas novedades viene

en el mismo paquete que las noticias sobre los últimos artículos enviados al cubo de la

basura, pero esa segunda parte del lote aumenta de tamaño con cada nuevo número de

la revista. Andy Fisher señalaba hace poco que la lógica del entonces inminente «giro

consumista» ya había sido impecablemente predicha por un analista de ventas. Victor

Leblov, quien, en plena época de la reconstrucción de posguerra, escribió:

«Necesitamos que se consuman cosas, que se quemen, se desgasten, se sustituyan y se

tiren a la basura a un ritmo cada vez más rápido» [66] .

Los siguientes son algunos ejemplos tomados al vuelo que muestran esa

lógica en acción.

Charlotte Abrahams, una articulista del Guardian, aconsejaba lo siguiente

a sus entregados lectores y lectoras en un «manual de espacio» recientemente

confeccionado por ella: «¿Lo que llevas en la mano es un rollo de papel

pintado con figuras de remitas y florecitas? Suéltalo ahora mismo» [67] . «Los

pimpollos y las margaritas» están pasados de moda, muertos y enterrados, y,

además, son feos y hacen daño a la vista: «la incansable rueda del estilo» ha

vuelto a giran. Así pues, como el lector ya habrá adivinado, ya va siendo hora

de arrancar el papel viejo (o sea, del año pasado) de la pared. «El look hacia

el que hay que moverse» es ahora totalmente distinto: el de los «gráficos

florales». La experta sentencia: «Confía en mí, yo lo he probado y es

fabuloso».

Lo que llevamos puesto sobre nuestro cuerpo constituye, seguramente, un

modo más conveniente y cómodo de mantenerse al día de nuestra acelerada

época que lo que nos nacemos en él. Las cosas que nos ponemos (y que,

lógicamente, nos quitamos y tiramos poco después) pueden, en realidad,

sucederse/desplazarse/reemplazarse a un ritmo vertiginoso, con una

velocidad y una frecuencia que no pueden igualar los implantes mamarios, las

liposucciones, la cirugía cosmética o, ni siquiera, los constantes cambios de

tonalidad de cabello a lo largo del espectro cromático. Para aprovechar

plenamente su potencial, sin embargo, se hace preciso contar con una

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