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contaba; su espíritu tenía que ser silenciado y, una vez acallado, podía dejar de ser
tenido en cuenta porque ya no importaba. La sociedad de productores y soldados
centraba su «reprocesado de la infancia» en gestionar cuerpos para adecuarlos a la vida
en su futuro hábitat natural: la fábrica y el campo de batalla.
A todos los efectos prácticos, la era de la sociedad de productores ha tocado ya a
su fin (al menos, en nuestra parte del mundo), aun cuando se conserven reminiscencias
de la misma en los prejuicios de muchos (prejuicios que, sin embargo, contrastan
marcadamente con sus propias prácticas): tras un concienzudo estudio de la literatura
actual sobre «cómo criar a los niños», Priscilla Anderson llega a la conclusión de que
«las viejas creencias sobre la ignorancia, la inexperiencia, la inconsciencia y el modo
de pensar poco realista y egocéntrico de los niños y de las niñas continúan siendo
dominantes en las ideas que sobre la infancia tienen los profesionales y el público en
general» [88] . Actualmente, vivimos en una sociedad de consumidores. El hábitat natural
de los consumidores es el mercado, lugar donde se compra y se vende. En nuestros
días, las principales virtudes que conviene plantar y cultivar en los consumidores en
ciernes son una capacidad de respuesta rápida y entusiasta al atractivo de los artículos
a la venta y unas ganas compulsivas y adictivas de comprar. La indiferencia ante las
tentaciones administradas por el mercado o la escasez de los recursos necesarios para
responder adecuadamente a esa seducción son los pecados mortales que hay que
extirpar de raíz o castigar con el destierro.
En consecuencia, y a fin de capacitar a sus miembros para vivir en su hábitat natural
(formado, hoy en día, por los centros comerciales, pero también por las calles por las
que los compradores hacen pública ostentación de los artículos de marca adquiridos en
las tiendas para dotarse a sí mismos de valor de mercado), la sociedad de
consumidores centra su «reprocesado de la infancia» en la gestión de los espíritus. Los
cuerpos no importan; entrenarlos no es nada nuevo. La «gran novedad», por emplear la
expresión de Dany-Robert Dufour, es la conquista y reorganización del alma [89] . O,
citando a Daniel Thomas Cook, de la Universidad de Illinois:
Las batallas libradas por la cultura de consumo infantil y en torno a ella
constituyen, en realidad, batallas sobre la naturaleza y el alcance de la persona
en un contexto de expansión continuada del comercio. La relación de los niños
con los materiales, los medios, las imágenes y los significados que surgen del
mundo del comercio y hacen referencia a ese mundo y están entremezclados con
él, figura en un lugar central de la creación de personas y de posiciones morales
en la vida contemporánea [90] .