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costas del África subsahariana o a las de Asia… ¿Lo comprenderían? Y si lo

comprendieran, ¿no lo tomarían por otro insulto más o, incluso, por una pista de que el

enemigo trama un nuevo ataque? ¿Serían capaces y tendrían el tiempo y la paciencia

necesarios para separarlo de los mensajes que los medios bombean hasta allí vía

satélite?, (los mismos mensajes a los que se refería Osama Siblani, editor del

semanario Arab American News, cuando, en octubre de 2001, escribió que «Estados

Unidos [léase: la minoría acomodada del planeta] perdió la guerra de las relaciones

públicas en el mundo musulmán [léase: la mayoría oprimida del planeta] hace mucho

tiempo […] Hoy ya no les serviría ni que el propio profeta Mahoma fuese su

“relaciones públicas”» [145] ). Los portavoces del mundo opulento se quejan

incansablemente de que no pueden «hacer llegar su mensaje». Difícilmente podrán,

puesto que la privatización y la desregulación masivas que han promovido al abrigo de

ese mensaje «han creado», según sucinto y expresivo resumen de Naomi Klein,

«ejércitos de personas expulsadas, cuyos servicios ya no son requeridos, cuyos estilos

de vida son despreciados por “atrasados”, cuyas necesidades básicas no son

satisfechas» [146] .

Todos estos cambios no sólo plantean una cuestión de responsabilidad ética ante la

mayoría menos afortunada de la especie humana, sino que obligan a introducir en la

«agenda de la emancipación» una nueva convergencia de preceptos éticos y de interés

por la supervivencia (la supervivencia conjunta y compartida de lo que Kant habría

llamado la allgemeine Vereinigung der Menschheit, la unión universal de la

humanidad). Las condiciones necesarias para garantizar la supervivencia humana (o,

cuando menos, para incrementar su probabilidad) han dejado de ser divisibles y

«localizables». El sufrimiento y los problemas de nuestros días tienen, en todas sus

múltiples formas y variedades, raíces planetarias que precisan soluciones planetarias.

Como ninguna isla (ni siquiera una que sea tan grande como para reclamar el estatus

de continente) puede aspirar a disfrutar de auténtica autonomía en un planeta ya lleno,

los mensajes de emancipación deben resultar legibles para los navegantes que surquen

cualquiera de los océanos y mares del globo si pretenden tener alguna posibilidad de

ejercer un efecto radical. Del mismo modo que la causa de la emancipación humana no

puede ser impulsada y defendida efectivamente en un país (o en un grupo de ellos) sin

tener en cuenta lo que sucede en el exterior de sus (estrecha pero ineficazmente)

vigiladas fronteras, tampoco sirve de mucho dirigir el mensaje a un publico

similarmente selectivo y confinado. Y. sin embargo, eso es lo que parece sucederle hoy

en día al mensaje, no tanto porque se mantenga en secreto frente a otros lectores

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