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sensibilizada, es decir, de una piel que se ha vuelto sensible «por influencia de un

severo régimen de cuidado de la piel». En una sociedad de consumidores, la expansión

del acné en la población adulta sólo puede obedecer a una expansión de la demanda de

dichos consumidores y del mercado de productos de consumo. «Las marcas de

productos dirigidos a calmar la piel, como Chantecaille, Liz Earle o Dr. Hauschka, han

gozado de un enorme éxito en los últimos años. De resultas de ello, otras marcas más

grandes y establecidas, como Dermalogica, Jurlique o, más recientemente, Carita, han

lanzado gamas similares» [65] . Susan Harmsforth, una de las más destacadas expertas en

ese campo y fundadora, además, de una de las marcas, aconseja actualmente a las

víctimas de estas epidemias «que usen uno o dos productos de una línea más suave

durante un mes» y que luego «introduzcan un producto o tratamiento durante un mes más

y bajo vigilancia de un terapeuta». Es de esperar, pues, que en el breve plazo de unos

pocos años, cuando los efectos de las presentes terapias contra los restos de terapias

anteriores se hagan visibles y la profesión médica declare la llegada de una nueva

epidemia, vuelvan a ofrecerse nuevas gamas de productos y consejos similares a los

actuales.

Para que la búsqueda de realización personal no se detenga y para que las nuevas

promesas sigan resultando seductoras y contagiosas, hay que romper las que se hayan

hecho anteriormente y hay que frustrar las esperanzas de realización. Para un adecuado

funcionamiento de la sociedad de consumidores es condición sine qua non que entre las

creencias populares y las realidades de los consumidores se extienda un ámbito de

hipocresía. Toda promesa debe ser engañosa o, cuando menos, exagerada para que

prosiga la búsqueda. Sin esa frustración reiterada de deseos, la demanda de los

consumidores podría agotarse rápidamente y la economía orientada al consumidor

perdería fuelle. Es el excedente resultante de la suma total de promesas el que

neutraliza la frustración causada por el exceso de cada una de ellas y el que impide que

la acumulación de experiencias frustrantes mine la confianza en la eficacia final de la

búsqueda.

El consumismo es, por ese motivo, una economía de engaño, exceso y desperdicio.

Pero el engaño, el exceso y el desperdicio no son síntomas de su mal funcionamiento,

sino garantía de su salud y el único régimen bajo el que se puede asegurar la

supervivencia de una sociedad de consumidores. El amontonamiento de expectativas

truncadas viene acompañado paralelamente de montañas cada vez más altas de

artículos arrojados a la basura, productos de ofertas anteriores con los que los

consumidores habían esperado en algún momento satisfacer sus deseos (o con los que

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