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se les había prometido que podrían satisfacerlos). El índice de mortalidad de las

expectativas es elevado y, en una sociedad de consumo que funcione adecuadamente,

debe mantener una progresión ascendente constante. La expectativa de vida de las

esperanzas es mínima y sólo una tasa de fertilidad desmesuradamente alta puede evitar

que se consuman y se apaguen. Para mantener vivas las expectativas y para que las

nuevas esperanzas ocupen enseguida el vacío dejado por las ya desacreditadas y

descartadas, el trecho desde el comercio hasta el cubo de basura debe ser corto y la

transición muy rápida.

La vida consumidora

Todos los seres humanos son y siempre han sido consumidores, y el interés humano

por consumir no es nuevo. Precede, sin duda, a la llegada de la versión «líquida» de la

modernidad. Es fácil hallar antecedentes en momentos históricos muy anteriores al

nacimiento del consumismo contemporáneo. Resulta a todas luces insuficiente y, en

definitiva, engañoso, pues, analizar simplemente la lógica del consumo (desde siempre,

una actividad exclusivamente individual y solitaria, incluso cuando se realiza en

compañía) para explicar el fenómeno del consumidor actual. Hay que centrarse, sin

embargo, en la que sí constituye una auténtica novedad de naturaleza primordialmente

social y, sólo en segundo término, psicológica o conductual: el consumo que se lleva a

cabo en el contexto de una sociedad de consumidores.

Una «sociedad de consumidores» no es sólo la suma total de dichos consumidores;

es una totalidad que, como diría Emile Durkheim, es «mayor que la suma de sus

partes». Se trata de una sociedad que (empleando una antigua noción que llegó a

hacerse popular en cierto momento por influencia de Althusser) «interpela» a sus

miembros fundamentalmente (o, quizás incluso, exclusivamente) en cuanto

consumidores, y que juzga y evalúa a sus miembros, sobre todo, por sus capacidades y

su conducta con relación al consumo.

Hablar de una «sociedad de consumidores» es más, mucho más, que verbalizar una

observación tan trivial como que sus miembros hallan placer en el hecho de consumir y

que, en un intento de ampliar sus placeres, dedican gran parte de su tiempo y de sus

esfuerzos a esa tarea consumidora. Significa decir, además, que la percepción y el

tratamiento de la práctica totalidad de las partes del escenario social y de las acciones

que estas evocan y enmarcan tienden a estar guiadas por un «síndrome consumista» en

las predisposiciones cognitivas y evaluadoras. Así, la «política de la vida» (en que

quedan comprendidas tanto la «Política» con mayúsculas como la naturaleza de las

relaciones interpersonales) tiende a ser reconfigurada a imagen y semejanza de los

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