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entendidos, mensajes que se disuelven y se desvanecen en apenas un fragmento de frase,
capturados y ajusticiados mucho antes del nacimiento del significado; llamamientos o
frases inacabadas sin un sitio por el que empezar.
Y, sin embargo, estos basurales están llenos de vida. Allí nada permanece inmóvil;
todo está temporalmente ausente de alguna parte o en viaje hacia algún otro lugar.
Todos los hogares son sólo posadas a mitad de camino. Esas vallas y esos muros,
atestados de capas y más capas de significados que lo fueron en su momento, habrían
sido (o puede que aún sean) instantáneas fotográficas de una historia en construcción,
una historia que avanza destruyendo su rastro: la historia como fábrica de desechos, de
residuos. Ni creación ni destrucción, ni aprendizaje ni verdadero olvido: sólo la lívida
constatación de la futilidad, o mejor dicho, de la más absoluta estupidez que suponen
tales distinciones. Nada nace allí para vivir mucho tiempo y nada muere de manera
definitiva.
Los cuadros de Manolo Valdés son también enormes e, igualmente, guardan un
asombroso parecido unos con otros. Sea cual sea el mensaje que transmitan, todos se
repiten con una persistencia empalagosa y apasionada al mismo tiempo, una y otra vez,
obra tras obra. Valdés pinta/reúne/compone/pega caras. O, mejor dicho, una única
cara: el rostro de una misma mujer. Cada cuadro es la prueba material de un nuevo
comienzo, un nuevo intento, un nuevo esfuerzo dedicado a finalizar el retrato. ¿O es
acaso el testimonio de un trabajo completado tiempo atrás pero declarado obsoleto y
demolido inmediatamente después? El lienzo se quedó inmovilizado en el momento
mismo en que lo colgaron en la pared de la galería, ¿pero subía o bajaba? ¿Aller o
retour? Díganmelo ustedes… Pueden apostarse todo su dinero y el mío, si quieren, pero
seguirán siendo incapaces de distinguir el «hacia atrás» del «hacia delante». Esta
distinción, como la contraposición entre creación y destrucción, ha perdido ya todo su
sentido (si es que alguna vez llegó a tenerlo). Ese vacío que yace ahora desnudo donde
supuestamente residía el significado era un secreto celosamente guardado por todos
aquellos que insistían que «hacia delante» era la manera correcta de referirse al lugar
en el que ellos (los progresistas) tenían puesta su mirada; ellos eran quienes afirmaban
que «creación» era el nombre apropiado para la destrucción que ellos (las personas
creativas) habían conseguido llevar a cabo. Ese es, al menos, el mensaje (quizás el
único mensaje) que los cuadros de Valdés entonan al unísono.
Los retazos de los collages de Valdés han sido laboriosamente ensamblados, capa a
capa, a partir de pedazos y trozos de arpillera: algunos de ellos han sido teñidos, en
otros se muestra desnuda la vieja tonalidad insulsa del yute o del cáñamo, en otros se
ha aplicado una primera capa de imprimación para poder pintar luego por encima, y en
otros se han desprendido ya escamas resecas de la pintura que se les había aplicado