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planteado».
La convergencia continuada de las dos grandes tendencias generales e irresistibles que
configuran tanto las relaciones de poder como la estrategia de dominación
características de los actuales tiempos modernos líquidos hace que las posibilidades de
que el retorcido y errático itinerario de los acontecimientos del mercado se enderece y,
con ello, de que los cálculos sobre «recursos humanos» puedan ser más realistas, sean,
cuando menos, escasas y, muy probablemente, nulas. En un contexto moderno líquido, la
«incertidumbre fabricada» es el instrumento de dominación primordial y la política de
precarización (por utilizar el término de Pierre Bourdieu), por la que se entiende
aquella serie de tácticas y maniobras que acaban provocando que los sujetos se vuelvan
más inseguros y vulnerables y, por tanto, menos predecibles y controlables, se está
convirtiendo a pasos agigantados en el núcleo duro de dicha estrategia de dominación.
Hacer planes «para una vida» no concuerda para nada con la dinámica del mercado,
por lo que cuando la política estatal se rinde a la función orientadora de la «economía»
(entendida como el libre juego de las fuerzas del mercado), el equilibrio de poder entre
planificación y mercado se acaba decantando decisivamente por el segundo.
Esto no augura nada bueno en cuanto al «empoderamiento» de los ciudadanos que la
propia Comisión Europea menciona como objetivo principal del aprendizaje
permanente. Según el consenso generalizado, el «empoderamiento» (término de uso
habitual en los debates actuales y perfectamente intercambiable con el de
«capacitación») se consigue cuando las personas adquieren la capacidad de controlar
(o, cuando menos, de influir significativamente en) las fuerzas personales, políticas,
económicas y sociales que, de otro modo, zarandearían continuamente su trayectoria
vital; dicho de otro modo, estar «empoderado» significa ser capaz de elegir y de
actuar de manera efectiva conforme a las elecciones realizadas, lo que, a su vez,
supone la capacidad de influir en la amplitud de opciones disponibles y en los
contextos sociales en los que se eligen y se materializan tales opciones. Para que el
«empoderamiento» sea de verdad, es necesario adquirir no sólo las habilidades
exigidas para jugar a un juego diseñado por otros, sino también los poderes o las
competencias que permiten influir en los objetivos, las apuestas y las reglas del juego:
es decir, no sólo las habilidades personales, sino también las competencias sociales.
El «empoderamiento» exige la construcción y la reconstrucción de los vínculos
interhumanos, así como la voluntad y la capacidad de implicarse con las demás
personas en un esfuerzo continuo por convertir la convivencia humana en un entorno
hospitalario y acogedor, propicio para la cooperación mutuamente enriquecedora entre