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sabio ni virtuoso el acto criminal de los canes, porque las multitudes no implican por sí
solas mayor sabiduría ni, menos aún, virtud. Las acusaciones acumuladas contra la
víctima no se vuelven más verdaderas porque se profieran a coro. La verdad estaba y
continúa estando del lado de la víctima. Los mártires son las víctimas que sabían eso y
que preferían morir a mentir, con lo que daban a su muerte la significación de
testimoniar que existen verdades que no pueden ser acalladas por muchas que sean las
gargantas que lo intenten. Matatías, patriarca de los Macabeos, se negó incluso a fingir
el cumplimiento de la orden de los soldados de Antíoco Epífanes y «mancharse con
toda clase de inmundicias y profanaciones» comiendo carne de cerdo, aunque no le
quedaba lugar a dudas de que su desobediencia estaba castigada con la muerte [27] .
Igualmente, sabedor de que «un tropel de gente con espadas y garrotes» subiría pronto
al Monte de los Olivos para conducirlo hasta su muerte, al tiempo que sus discípulos
«perderían su fe en él», le abandonarían y huirían, Jesús sentenció: «¡Qué se cumplan
las escrituras!» [28] .
Los mártires son personas que actúan contra unas abrumadoras probabilidades
adversas, no sólo en el sentido de que su muerte es prácticamente segura, sino también
en el de que es improbable que su sacrificio final llegue a ser apreciado por quienes
sean espectadores del mismo (y aún más que obtenga de estos el respeto que merece).
Quizás tenga que esperar mucho tiempo a ser siquiera reconocido como sacrificio por
una buena causa. Girard acuñó el término «contagio mimético» para referirse a la
probable conducta de los espectadores y de los participantes (voluntarios o
involuntarios) en el acontecimiento. «Los evangelios», señala, «dejan patente que todos
los testigos de la crucifixión se comportan miméticamente»: la furia de una multitud es
contagiosa y pocas personas son inmunes a ella, ya que en medio de ese revuelo, todos
se unen a la jauría. Como mucho, puede que haya algunos, como Pilato o Pedro, que se
desentiendan de la furia de la muchedumbre, pero no harán nada por mitigarla y aún
menos por oponerse a ella.
El martirio significa solidarizarse con un grupo menos numeroso y más débil, un
colectivo al que la mayoría discrimina, humilla, ridiculiza, odia y persigue. Pero se
trata, en esencia, de un sacrificio solitario, aunque sea motivado por la lealtad a una
causa y al grupo que la representa. Cuando aceptan el martirio, las futuras víctimas no
pueden saber a ciencia cierta sí su muerte favorecerá realmente su causa y ayudará a
asegurar su triunfo final. Conforme a los términos realistas y pragmáticos preconizados
por nuestra propia versión moderna de racionalidad, la suya es una muerte
perfectamente inútil, quizás, incluso, contraproducente, ya que cuantos más fieles
mueran siguiendo el camino del martirio, menos quedarán para luchar por la causa. Al
aceptar el martirio, las futuras víctimas de la furia de la turbamulta ponen la lealtad a la