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El consenso general (o casi general) sobre el que descansa la confianza del público

en la veracidad de esa afirmación debería servir, sin embargo, para ponemos alerta,

agudizar nuestra vigilancia y llevarnos a examinarla con más detalle. Por norma,

difícilmente puede una creencia gozar de una aprobación próxima al consenso si no es

porque tal aprobación ha sido separada de la prueba de la verdad y transferida a un

discurso que la hace independiente de los resultados de tal prueba.

Preguntémonos, entonces: ¿somos hoy realmente capaces de controlar nuestros

cuerpos más a fondo que nunca? ¿O se reduce todo simplemente a que, tras habernos

sido inculcado como un deber obligatorio, inquebrantable e inalienable, ese control

sobre nuestro cuerpo ocupa ahora un espacio entre nuestras preocupaciones (y, por

tanto, consume una proporción de nuestras energías) mayor que nunca antes? ¿Y de

verdad nos sentimos hoy menos seguros de «lo que son nuestros cuerpos» y de «cómo

deberíamos controlarlos» que en tiempos pasados, y, del mismo modo, no estamos

seguros de los criterios conforme a los que tiene que evaluarse la situación de nuestros

cuerpos ni de los pasos que hay que tomar para acercarlos a «lo que deberían ser»?

Hilando aún más fino, ¿ha ampliado realmente la nueva situación el ámbito de

libertad individual existente abriendo para «nosotros» en conjunto y para cada uno de

«nosotros» por separado una gama más extensa de opciones y debilitando la red de

lazos en la que la convención social mantenía atrapado al cuerpo? ¿O sólo lo parece,

dado que los viejos vínculos están siendo sustituidos por otros completamente nuevos

que no son menos opresivos que los anteriores? ¿Acaso la impresión de una libertad

ampliada no es más que una pátina que cubre lo que, en realidad, es un conjunto

modificado de necesidades? ¿No es cierto que la toma perpetua de decisiones casi

nunca definitivas y, en ningún caso, irrevocables (y la revisión y el rechazo constantes

de decisiones tomadas anteriormente y la necesidad de reemplazar sus efectos con

nuevas decisiones) se ha convertido en algo obligatorio e ineludible, que ya no puede

ser ignorado ni, aún menos, rechazado?

En definitiva, ¿cómo se equilibran la libertad y la represión en el derecho/deber de

control individual sobre los cuerpos individuales?

Casi todo aquello que la sociedad de productores consideraba una virtud en el cuerpo

de un productor sería hoy visto por la sociedad de consumidores como algo

contraproducente y, por consiguiente, deplorable en el cuerpo de un consumidor (el

cuerpo consumidor). Este segundo tipo de cuerpo difiere por completo del primero

porque es un valor final en sí (o un valor de destino), en lugar de ser portador de una

significación meramente instrumental. El cuerpo consumidor (o del consumidor) es

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