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describe como «decano de la coloración capilar») nos informa de que «el color de su
pelo se ha convertido en una parte esencial de la rutina de belleza de toda mujer, hasta
el punto de que un cabello sin color es como un rostro sin maquillaje» [114] . «Nos
teñimos el pelo de caramelo una temporada y de caoba la siguiente, sin dejar de
escudriñarnos continuamente las raíces, preocupadas por si nuestro color natural vuelve
a asomar traicioneramente», corrobora Laura Barton, quien admite además que ella
misma se tiñe de castaño, cuando su cabello ya es castaño de natural: «Obviamente, yo
creo a pies juntillas que lo que hago es teñírmelo de una tonalidad superior de
castaño». Y el cabello es sólo una más de las partes visibles de nuestro cuerpo que
participan en ese sprint en pos del cumplimiento de unos determinados baremos de
superioridad. Así, en los últimos diez años, el número de salones de manicura se ha
multiplicado por más de tres en Estados Unidos y el de intervenciones de cirugía
estética, por más de dos, alcanzando 6,2 millones de operaciones sólo en 2002. Según
Apostolos Gaitanas, un cirujano plástico londinense, el número de operaciones
quirúrgicas cosméticas en Gran Bretaña está creciendo entre el 10 y el 20% cada año.
Así que no se olviden de la piel, de la nariz, de la cintura, del pecho…
A propósito de la actual obsesión compulsiva por «rediseñar», Richard Sennett
escribe lo siguiente: «Se destruyen o se abandonan negocios perfectamente viables, y se
deja marchar a empleados capaces en lugar de recompensarlos, sencillamente porque la
organización debe demostrar ante el mercado que es capaz de cambiar» [115] . Sennett
cita a Michael Piore y a Charles Sabel al escribir sobre otra de las obsesiones actuales,
la «especialización flexible», que es «una estrategia de innovación permanente: de
adaptación al incesante cambio frente a todo esfuerzo por controlarlo» [116] . Escuchen, si
no, a todos nuestros ministros actuales o futuribles y a sus portavoces. Cada uno canta
con su propia voz particular, pero todas las melodías tienen un tema común: modernizar
y modernizar, cambiar o morir. Tertium non datur.
Existe, no obstante, un asombroso parecido de familia entre los personajes
principales de estas historias en las que se narran dos períodos separados por más de
doscientos años. Los protagonistas de ambas son impacientes. No se pueden estar
quietos. No están satisfechos con lo que hay (o, cuando menos, no lo suficientemente
satisfechos como para aceptarlo tal y como está y dejar que siga así mucho tiempo).
Desean que sea diferente; querrían que fuera diferente aun si ya fuese más satisfactorio
de lo que es, porque hacer que las cosas cambien, mantenerlas en movimiento, es lo
que realmente importa: es el cambio (y, más aún, la confianza y la convicción de que
las cosas pueden cambiarse) el que mantiene viva la esperanza de la satisfacción. Y se
sienten doblemente convencidos: en primer lugar, porque creen que es posible hacer