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Los artistas aquí comentados reproducen en sus obras los rasgos definitorios de la

experiencia moderna líquida. La anulación de las contraposiciones entre los actos

creativos y destructivos, entre el aprendizaje y el olvido, y entre los pasos adelante y

atrás, así como la eliminación del puntero de la flecha del tiempo, son todas marcas de

una realidad vivida que Villeglé, Valdés y Braun-Vega reciclan en forma de cuadros que

cuelgan luego de las paredes de las galerías. No son los únicos: digerir esas cualidades

novedosas del Lebenswelt y expresar su experiencia son, quizás, las principales

preocupaciones del arte desde que este ha sido arrojado a un mundo sin «modelos» (es

decir, un mundo del que ya no se espera que permanezca inmóvil durante el tiempo

suficiente para que el artista complete su representación pictórica). Dicha preocupación

queda expresada una y otra vez en diversos aspectos: en la tendencia a comprimir la

vida útil de los productos del arte a una performance, a un happening o, como mucho,

a la duración de una exposición del tipo «desde… hasta…»; en la predilección por

materiales frágiles, fácilmente desmenuzables, sumamente degradables y perecederos,

en las sustancias con las que se hacen los objetos artísticos; en las obras del llamado

arte de la tierra [47] , que, probablemente, no visiten un gran número de personas ni

sobrevivan mucho tiempo frente a las inclemencias del clima, y, en definitiva, en la

incorporación de la inminencia del deterioro y de la desaparición dentro de la

presencia material de la creación artística. Como postulara De Kooning, «el contenido

es un atisbo». Y como dijera Yves Michaud a modo de resumen general, el espacio en

el que lo estético celebra su triunfo definitivo está vacío de «obras de arte» o, al

menos, de las obras de arte «tal y como las conocíamos», es decir, objetos preciosos y

raros, rodeados de un aura, provocadores de una experiencia única, sublime y refinada

tanto en ocasiones como en lugares igualmente únicos, y todo ello a lo largo de

prolongados (puede que incluso infinitos) lapsos de tiempo [48] .

En la ladera de una colina desde la que se domina el camino de acceso a Saltdal,

una pequeña localidad de Nørland, la provincia más septentrional de Noruega, el artista

Gediminas Urbonas ha excavado cuatro receptáculos, cada uno de ellos con una obra de

arte en su interior. Se trata de una imagen nada habitual en un paisaje como aquel,

próximo al permafrost del Círculo Polar Ártico y caracterizado por una monotonía

deprimente, por lo que casi todos los conductores que pasan por allí aparcan sus

vehículos y suben a pie la pendiente para contemplar de cerca lo que se haya colocado

en los espacios huecos. En tres de ellos hallarán, respectivamente, un objeto de arte

convencional, un objeto preconfeccionado con algún otro uso y un objeto estrambótico

encontrado en otro lugar. Los visitantes también hallarán vacío el cuarto espacio o, para

ser más exactos, descubrirán que no contiene objeto material alguno, aunque, pese a

ello (o debido a ello), está lleno de significado. Invariablemente, todos los visitantes de

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