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Tantra-el-Culto-de-lo-Femenino-Andre-Van-Lysebeth

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que impi<strong>de</strong> a mucha gente poner fin a sus días es precisamente ese «pasaje». Nos agarramos a la<br />

vida como la manzana al árbol, incluso durante la tempestad. Sin embargo, cuando sopla <strong>el</strong> viento<br />

<strong>de</strong> octubre y las hojas amarillean, la manzana madura se separa sola <strong>de</strong> la rama, sin pena, sin<br />

resistencia: esa «muerte» simple y fácil podría ser <strong>lo</strong> que la vida ha previsto normalmente en<br />

nuestros genes. La Int<strong>el</strong>igencia superior d<strong>el</strong> cuerpo lucha hasta <strong>el</strong> fin para sobrevivir, pero si <strong>el</strong><br />

<strong>de</strong>sfallecimiento in<strong>el</strong>uctable <strong>de</strong> un órgano hace <strong>el</strong> fin in<strong>el</strong>udible, esta misma Int<strong>el</strong>igencia d<strong>el</strong> cuerpo<br />

pone en marcha <strong>el</strong> «proceso <strong>de</strong> muerte», previsto y programado. Pues este proceso es más bien<br />

complejo y lento. En efecto, no se muere <strong>de</strong> golpe, ni siquiera bajo la guil<strong>lo</strong>tina, se empieza a morir.<br />

La cuchilla, al seccionar la cabeza d<strong>el</strong> con<strong>de</strong>nado, no hace más que poner en marcha <strong>el</strong> proceso <strong>de</strong><br />

la muerte. En primer lugar muere <strong>el</strong> cerebro. Primero simplemente aturdido por <strong>el</strong> golpe, pronto<br />

sufre lesiones irreversibles: privadas <strong>de</strong> oxígeno, las células cerebrales mueren en pocos minutos.<br />

Por <strong>el</strong> contrario, la barba —que merecería <strong>el</strong> premio a la obstinación porque las innumerables<br />

afeitadas no han <strong>lo</strong>grado <strong>de</strong>salentarla— se toma su <strong>de</strong>squite; «sobrevivirá» y crecerá todavía<br />

durante varios días, así como las uñas y <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o. Por tanto, es imposible precisar la hora exacta <strong>de</strong> la<br />

muerte. En las plantas <strong>el</strong> proceso es aún más lento e impreciso. Un jardinero plantó en nuestro<br />

jardín árboles sostenidos por tutores Dos <strong>de</strong> esos árboles no prendieron pero, en cambio, <strong>lo</strong> hicieron<br />

<strong>lo</strong>s tutores. Dieron retoños, echaron ramas y raíces y ahora son árboles vigorosos. Plantar<strong>lo</strong>s en la<br />

tierra invirtió <strong>el</strong> proceso; si no, hubieran sido leña para <strong>el</strong> fuego. ¿A partir <strong>de</strong> qué momento hubieran<br />

estado verda<strong>de</strong>ramente «muertos»? Pregunta sin respuesta...<br />

Paral<strong>el</strong>amente al cuerpo <strong>de</strong>nso, <strong>el</strong> cuerpo sutil, psíquico —materia también en la concepción<br />

tántrica—, se <strong>de</strong>sintegra lentamente, sin duda durante semanas. Por eso <strong>lo</strong>s tántricos indios son<br />

enterrados, para <strong>de</strong>jar que <strong>el</strong> proceso se <strong>de</strong>sarrolle normalmente, y no incinerados, según la<br />

costumbre aria. Otra pregunta: ¿la muerte es un fin? De todos modos, <strong>el</strong> ser humano sobrevive en<br />

sus hijos, sus nietos y, más allá <strong>de</strong> <strong>el</strong><strong>lo</strong>s, en sus genes eternos. Y si no tiene hijos, sobrevive en <strong>el</strong><br />

proceso que es la humanidad.<br />

La dulce muerte natural<br />

Mi segundo encuentro con <strong>el</strong> hecho <strong>de</strong> la muerte, siempre hacia la edad <strong>de</strong> diez años, me rev<strong>el</strong>ó<br />

que la verda<strong>de</strong>ra muerte, la muerte natural, la que <strong>de</strong>bería ser la norma, no es temible ni penosa. En<br />

mi infancia, <strong>el</strong> jardín contiguo al <strong>de</strong> mis padres (vivíamos en <strong>el</strong> límite entre la ciudad y <strong>el</strong> campo)<br />

pertenecía a un albañil retirado, que tenía la pasión <strong>de</strong> la jardinería. Sus canteros eran impecables,<br />

bien alineados, sin malas hierbas. Cuando le parecía que todo estaba en or<strong>de</strong>n, se sentaba en un<br />

banco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que él mismo había construido para contemplar su mo<strong>de</strong>sto dominio y admirar sus<br />

lechugas y sus rábanos. Un día que se había instalado en su banco, con las manos cal<strong>lo</strong>sas apoyadas<br />

en las piernas, calentándose al sol <strong>de</strong> mayo, a través d<strong>el</strong> cercado yo le hacía un montón <strong>de</strong> preguntas<br />

sobre «<strong>lo</strong>s buenos tiempos <strong>de</strong> antes», cuando él era joven. Cada tanto, manteníamos ese tipo <strong>de</strong><br />

conversación. Aqu<strong>el</strong> día <strong>lo</strong> escuchaba ávidamente evocar a su padre y la vida <strong>de</strong> entonces,<br />

acontecimientos <strong>de</strong> hacía más <strong>de</strong> medio sig<strong>lo</strong>, <strong>lo</strong> cual, para un niño como yo, equivalía al diluvio...<br />

Ese viejo taciturno me contó <strong>de</strong>talladamente cómo su padre, que se levantaba con la aurora, iba a<br />

pie, en zuecos, con su almuerzo y su cantimp<strong>lo</strong>ra <strong>de</strong> café en <strong>el</strong> morral, a trabajar a la cantera, a ocho<br />

kilómetros <strong>de</strong> allí. Durante diez a doce horas diarias, según la estación, cortaba la piedra con un<br />

martil<strong>lo</strong> <strong>de</strong> 12 kg (sí, doce), hiciera <strong>el</strong> tiempo que hiciera, bajo un d<strong>el</strong>gado techo <strong>de</strong> cañas. Por la<br />

noche, ya en casa, cuidaba sus animales o cultivaba <strong>el</strong> jardín. Nunca tenía vacaciones; só<strong>lo</strong><br />

<strong>de</strong>scansaba <strong>lo</strong>s domingos y las fiestas r<strong>el</strong>igiosas, y evi<strong>de</strong>ntemente <strong>de</strong>sconocía hasta la palabra weekend.<br />

Una noche, <strong>el</strong> padre, que tenía entonces más <strong>de</strong> 90 años, dijo: «Estoy fatigado». Y subió a<br />

acostarse. Al día siguiente, <strong>lo</strong> encontraron muerto en la cama. ¿Había percibido <strong>el</strong> «pasaje»? Por <strong>lo</strong><br />

<strong>de</strong>más ésa fue la única vez que mi vecino oyó a su padre —al que nunca había visto enfermo—<br />

pronunciar esas palabras. ¿No es ésta la muerte natural, la que viene a su hora, cuando <strong>el</strong> organismo<br />

ha cumplido su cic<strong>lo</strong>, sin sufrimiento, como <strong>el</strong> sueño, su hermano? Pero raramente es así, incluso en<br />

la naturaleza, don<strong>de</strong> la muerte violenta con frecuencia es la regla, y sin embargo, incluso en ese<br />

caso, parece que morir, lejos <strong>de</strong> ser una experiencia aterrorizadora, sea, por <strong>el</strong> contrario, casi

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