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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

Todo el barrio se conmovió con la noticia. Se volvió a hablar <strong>de</strong> muertos<br />

robados, y se supieron <strong>de</strong>talles cómicos y macabros. Un larguero <strong>de</strong><br />

mármol <strong>de</strong> una sepultura había ido a parar a una tienda <strong>de</strong> quesos; las<br />

letras <strong>de</strong> bronce <strong>de</strong> los nichos estaban en algunos escaparates <strong>de</strong> tiendas<br />

lujosas. Se dijo que Jesús y el señor Canuto eran los directores <strong>de</strong> la<br />

banda.<br />

Por la noche, el jorobado le dijo a Manuel:<br />

-He tenido carta <strong>de</strong>l señor Canuto.<br />

-¿Sí?, ¿dón<strong>de</strong> está?<br />

-En Tánger, con Jesús; <strong>de</strong> buena se han escapado los dos.<br />

-Pero robaban, ¿eh?<br />

-Sí, hombre. Todo lo que podían. El señor Canuto vivía ahí hecho un<br />

príncipe. Ahora, yo, a los <strong>de</strong> la policía, les he dicho que no sabía nada.<br />

Que averigüen ellos si pue<strong>de</strong>n. El señor Canuto había convertido el<br />

cementerio en un paraíso.<br />

-Sí, ¿eh?<br />

-¡Ya lo creo! Tenía su cosecha <strong>de</strong> plantas medicinales que vendía a los<br />

herbolarias, y con las malvas su mujer hacía emplastos y bizmas. En una<br />

época, el señor Canuto y Jesús hicieron el suministro <strong>de</strong> caracoles para<br />

los ventorrillos, hasta que acabaron con todos los <strong>de</strong>l cementerio. ¡Las<br />

cosas que no han pensado! ¡Qué puntos! En un charco tenían galápagos,<br />

y sanguijuelas en otro. Luego se les ocurrió poner conejos para criarlos<br />

y cogerlos a lazo, pero se les escapaban por los agujeros <strong>de</strong> los nichos.<br />

¡Si llevaban una vida pistonuda! ¿Que no tenían dinero? Pues, ¡hale!,<br />

<strong>de</strong>senterraban un ataúd, y vendían todo lo que encontraban.<br />

Dos días <strong>de</strong>spués, un domingo por la tar<strong>de</strong>, fue el juzgado al<br />

cementerio, y Ortiz llamó a Manuel y a Rebolledo para que les<br />

acompañara.<br />

No se notaba la <strong>de</strong>vastación llevada a cabo por el señor Canuto y<br />

Jesús; el cementerio, <strong>de</strong> por sí, se encontraba ya bastante arruinado.<br />

En algunos puntos, la tierra estaba removida; cerca <strong>de</strong> un pozo se<br />

advertían aún los cuadros <strong>de</strong> hortalizas labrados por el señor Canuto, y<br />

en ellos la hierba era más ver<strong>de</strong> y jugosa.<br />

El juez hizo algunas preguntas a Rebolledo, que le contestó con su<br />

gran habilidad. Juntos recorrieron el cementerio. Estaba todo talado, las<br />

sepulturas rotas, las lápidas <strong>de</strong> los nichos arrancadas.<br />

Reinaba en los patios un gran silencio.<br />

De los techos <strong>de</strong> las galerías colgaban trozos <strong>de</strong> cascote, sostenidos por<br />

cañas y tomizas podridas. En las pare<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las arcadas,<br />

aparecían los nichos abandonados y rotos, cubiertos <strong>de</strong> polvo. Pendían<br />

<strong>de</strong> un clavo coronas <strong>de</strong> siemprevivas, <strong>de</strong> las que no quedaba mas que su<br />

armazón; aquí se veían cintajos y lazos <strong>de</strong>shechos; allá, una fotografía<br />

<strong>de</strong>scolorida cubierta con un cristal convexo, un ramo arrugado y seco, o<br />

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