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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

Me hace mucha gracia a mí este hombre hablando <strong>de</strong> gente<br />

autoritaria... -comenzó a <strong>de</strong>cir el Madrileño.<br />

-¿Y Pallás? -interrumpió Juan, comprendiendo que el Madrileño iba a<br />

<strong>de</strong>cir algo <strong>de</strong>sagradable para el catalán-. ¿Era templado Pallás?<br />

-Sí, era...; ya lo creo.<br />

—Se achicó también -dijo el Madrileño-, y aquí está el Libertario que lo<br />

vio.<br />

-Sí, es verdad -dijo el Libertario-; los últimos días en la cárcel, se<br />

<strong>de</strong>scompuso. Y era natural. Nosotros solíamos ir a verle, y nos hacía la<br />

apología <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a. El último día, ya en capilla, estábamos<br />

<strong>de</strong>spidiéndonos <strong>de</strong> él, cuando entraron un médico y un periodista. «Yo<br />

quisiera -dijo Pallás- que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto, llevaran mi cerebro a un<br />

museo para que lo estudiaran.» «Será difícil», le contestó el médico<br />

fríamente. «¿Por qué?» «Porque los tiros se los darán a usted,<br />

probablemente, en la cabeza, y los sesos se harán papilla». Pallás<br />

pali<strong>de</strong>ció y no dijo nada.<br />

-Es que sólo con la i<strong>de</strong>a hay que ponerse malo -saltó diciendo Manuel.<br />

-¡Pues bien valiente estuvo Paulino al morir! -exclamó Prats.<br />

-Sí, luego ya se animó -dijo el Libertario-. Le estoy viendo al salir al<br />

patio <strong>de</strong> la cárcel cuando gritó: ¡Viva la Anarquía!; al mismo tiempo, el<br />

teniente que mandaba la tropa, dijo a sus soldados: ¡Firmes!, y las<br />

culatas <strong>de</strong> los fusiles, al dar en el suelo, apagaron el grito <strong>de</strong> Pallás.<br />

Manuel tenía los nervios estremecidos; todos sentían una gran<br />

atracción, una acre voluptuosidad al escuchar aquellos relatos terribles.<br />

El señor Canuto hacía más gestos que <strong>de</strong> costumbre.<br />

-¿Y por esto fue por lo que echaron la bomba en el teatro? -preguntó<br />

Perico Rebolledo.<br />

-Sí -contestó Prats-; la venganza fue terrible; ya lo había dicho Paulino<br />

Pallás.<br />

-Yo lo vi -saltó diciendo Skopos.<br />

-¿Estabas <strong>de</strong>ntro?<br />

-Sí; fui al Liceo a ver al director <strong>de</strong> un periódico que me había<br />

encargado le hiciese unos dibujos. Tomé una <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong> paraíso, y<br />

busqué con la vista al director hasta que lo vi en una <strong>de</strong> las butacas. Bajé<br />

y me puse a esperarle en una puerta. Tardaba en acabar el acto, yo<br />

estaba atento a que saliera la gente, cuando oigo una <strong>de</strong>tonación sorda<br />

y sale una llamarada por la puerta. Me figuré que habría pasado algo;<br />

pero algo <strong>de</strong> poca importancia, un cable <strong>de</strong> luz eléctrica fundido o una<br />

lámpara rota; cuando veo venir hacia mí un turbión <strong>de</strong> gente espantada,<br />

con los ojos <strong>de</strong>sencajados, empujándose y espachurrándose unos a<br />

otros. La ola <strong>de</strong> gente me echó fuera <strong>de</strong>l teatro; pregunté en la calle a dos<br />

o tres lo que pasaba; nadie lo sabía. Yo estaba sin sombrero y sin abrigo,<br />

y entré a recogerlos. Subo, y un acomodador me pregunta, temblando,<br />

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