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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

El público, aburrido, hablaba en voz alta, y algunos chuscos en el<br />

gallinero relinchaban con gran maestría.<br />

Dijo el viejecillo que era zapatero, y contó cosas interesantes <strong>de</strong> la<br />

gente <strong>de</strong> su oficio, siempre documentándose. Cuando concluyó hubo en<br />

todo el mundo un suspiro <strong>de</strong> alivio.<br />

Tras <strong>de</strong>l viejo se presentó un joven <strong>de</strong> gran levita y cuello almidonado<br />

muy alto. Era un periodista <strong>de</strong>sconocido, que indudablemente trataba <strong>de</strong><br />

pescar algo en las turbias aguas <strong>de</strong>l anarquismo.<br />

El público, que había acogido con indiferencia a los dos primeros<br />

oradores, rompió a aplaudir a las primeras frases que pronunció el joven<br />

<strong>de</strong> la levita.<br />

En su discurso enfático, petulante, hueco, barajó términos científicos<br />

<strong>de</strong> sociología y <strong>de</strong> antropología.<br />

En la actitud <strong>de</strong> aquel joven siempre había algo así como un reto. A<br />

cada instante parecía <strong>de</strong>cir a los cuitados <strong>de</strong>l público: ¡Ya veis que llevo<br />

levita!, ¡que llevo sombrero <strong>de</strong> copa!, ¡que soy hombre ilustrado!; pues,<br />

¡asombraos!, ¡admiradme! He <strong>de</strong>scendido hasta vosotros. Me he<br />

i<strong>de</strong>ntificado con vosotros.<br />

Puesto en el camino <strong>de</strong> las jactancias, el joven <strong>de</strong> la levita dijo que<br />

<strong>de</strong>spreciaba a los políticos, porque eran unos asnos; <strong>de</strong>spreciaba a los<br />

sociólogos que no se afiliaban a la anarquía, porque eran unos<br />

ignorantes; <strong>de</strong>spreciaba a los socialistas, por vendidos al Gobierno;<br />

<strong>de</strong>spreciaba a todo el mundo, y cada baladronada <strong>de</strong> éstas era acogida<br />

por los papanatas <strong>de</strong>l público con estrepitosos aplausos.<br />

Él acogía los aplausos con cierto gestecillo <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso <strong>de</strong>l hombre a<br />

quien le convencen en su casa <strong>de</strong> que tiene mucho talento. Para final <strong>de</strong><br />

su oración, el joven enlevitado hizo una frase <strong>de</strong> latiguillo.<br />

Al po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las armas -dijo-, opondremos nosotros nuestra austeridad;<br />

si ésta no basta, a las armas contestaremos con las armas; y si la fuerza<br />

<strong>de</strong>l Gobierno quiere arrollarnos y exterminarnos, recurriremos al po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>structor <strong>de</strong> la dinamita.<br />

Después <strong>de</strong> esta frase, que fue coreada por los bravos y los aplausos<br />

<strong>de</strong>l público, el enlevitado, muy <strong>de</strong>recho, como si llevara en la cabeza el<br />

Sancta Sanctorum <strong>de</strong> la Anarquía, se retiró con cierto aire displicente <strong>de</strong><br />

hombre no comprendido.<br />

Después <strong>de</strong> éste, habló el Libertario. La sala había quedado<br />

emocionada con las frases campanudas y huecas <strong>de</strong>l periodista, y la voz<br />

algo parda y confusa <strong>de</strong>l Libertario no se llegó a oír; habló <strong>de</strong> la miseria,<br />

<strong>de</strong> los niños anémicos, y viendo que no le hacían caso, cortó el discurso<br />

y se fue sin que nadie se ocupara <strong>de</strong> él. Mapuel aplaudió, y el Libertario<br />

se echó a reír, encogiéndose <strong>de</strong> hombros.<br />

Seguía en el público la marejada producida por el discurso <strong>de</strong>l joven <strong>de</strong><br />

la levita, cuando se acercó a la mesa, <strong>de</strong>cidido, un hombre <strong>de</strong> blusa,<br />

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