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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

<strong>de</strong>l cinto esperó un instante.<br />

El hombre <strong>de</strong>l ventorro <strong>de</strong>l Maroto se había apostado tras un ribazo;<br />

luego, viéndose <strong>de</strong>scubierto, huyó.<br />

-Vámonos <strong>de</strong> aquí- dijo Ortiz.<br />

Echaron los dos a andar <strong>de</strong> prisa y salieron pronto al Puente <strong>de</strong><br />

Vallecas.<br />

Entraron en un meren<strong>de</strong>ro. Una mujer gorda, bajita, ya vieja, <strong>de</strong><br />

pómulos salientes, con un pañuelo rojo atado a la cabeza, daba al<br />

manubrio <strong>de</strong> un organillo.<br />

-¿Está el Manco? -le preguntó Ortiz.<br />

-Ahí <strong>de</strong>be estar.<br />

Unas cuantas parejas que bailaban al son <strong>de</strong>l organillo se pararon al<br />

ver a Ortiz y a don Alonso.<br />

El Manco, un hombre alto, rubio, afeitado, con el pecho <strong>de</strong> gigante y el<br />

cuello redondo, <strong>de</strong> mujer, les salió al encuentro.<br />

-¿Qué buscan? -dijo con voz afeminada.<br />

-A uno a quien llaman el Bizco.<br />

-Aquí no viene ése hace ya tiempo.<br />

-¿Pues dón<strong>de</strong> anda?<br />

-Por las Ventas.<br />

Salieron <strong>de</strong>l meren<strong>de</strong>ro y siguieron nuevamente por la orilla <strong>de</strong>l arroyo<br />

Abroñigal. Algunos chiquillos negruzcos se chapoteaban en el agua.<br />

Comenzaba a anochecer cuando aparecieron entre los tejares <strong>de</strong>l<br />

barrio <strong>de</strong> doña Carlota. Madrid brotaba por encima <strong>de</strong> las frondas <strong>de</strong>l<br />

Retiro. Sonaban las esquilas <strong>de</strong> algunos rebaños.<br />

En los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> la barriada había gran<strong>de</strong>s hoyos con pilas <strong>de</strong><br />

ladrillo. Estaban ardiendo los hornos, salía <strong>de</strong> ellos un humo espeso <strong>de</strong><br />

estiércol quemado que, rasando la tierra, ver<strong>de</strong> por los campos <strong>de</strong><br />

sembradura, se esparcía en el aire y lo <strong>de</strong>jaba irrespirable. A lo lejos,<br />

algunas humaredas pálidas subían <strong>de</strong> la tierra al horizonte incendiado<br />

por un crepúsculo espléndido <strong>de</strong> nubes <strong>de</strong> púrpura.<br />

Ortiz preguntó a un hombre que estaba levantando ladrillos si conocía<br />

al Bizco.<br />

-¿Ese randa <strong>de</strong> pelo rojo?<br />

-Sí.<br />

-Le he visto hace unos días. Debe vivir por la Elipa.<br />

-Bueno, vamos por allá -murmuró Ortiz.<br />

Siguieron por la orilla <strong>de</strong>l arroyo. El cielo <strong>de</strong> nubes rojizas iba<br />

oscureciéndose. Cruzaron el camino <strong>de</strong> Vicálvaro.<br />

-Por aquí fui yo al Este a enterrar a una chica que se murió -dijo Ortiz-;<br />

la llevé a la pobrecita <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo, envuelta en un mantón. No tenía<br />

ni para una caja.<br />

Este recuerdo trajo a la memoria <strong>de</strong>l guardia sus miserias, y contó a<br />

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