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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

balcón abierto. De la taberna alguien había dado la noticia al círculo <strong>de</strong><br />

la gravedad <strong>de</strong> Juan, y <strong>de</strong> vez en cuando se acercaba alguno a la casa, y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la misma calle gritaba:<br />

-¿Eh?<br />

-¿Quién es? -<strong>de</strong>cía Prats o el Libertario saliendo al balcón.<br />

-¡Salud, compañero!<br />

-¡Salud!<br />

-¿Cómo está Juan?<br />

-Mal.<br />

-¡Qué lástima! Vaya..., ¡salud!<br />

-¡Salud!<br />

Al cabo <strong>de</strong> un rato se repetía lo mismo.<br />

La Salvadora y Manuel estaban en el cuarto <strong>de</strong> Juan, que divagaba<br />

continuamente. Sentía el enfermo la preocupación <strong>de</strong> ver la mañana, y a<br />

cada paso preguntaba si no había amanecido.<br />

Tenían abiertas las contraventanas por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Juan. A las cuatro<br />

empezó a amanecer; la luz fría <strong>de</strong> la mañana comenzó a filtrarse por el<br />

cuarto. Juan durmió un rato y se <strong>de</strong>spertó cuando ya era <strong>de</strong> día.<br />

En el cielo azul, con diafanida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cristal, volaban las nubes rojas y<br />

llameantes <strong>de</strong>l crepúsculo.<br />

-Abrid el balcón -dijo Juan.<br />

Manuel abrió el balcón.<br />

-Ahora, levantadme un poco la cabeza.<br />

Metió la Salvadora el brazo por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la almohada y le irguió la<br />

cabeza. Luego le colocaron un almohadón <strong>de</strong>bajo para que estuviera más<br />

cómodo.<br />

Ya el sol <strong>de</strong> una mañana <strong>de</strong> mayo, brillante como el oro, iba<br />

iluminando el cuarto.<br />

-¡Oh! Ahora estoy bien -murmuró el enfermo.<br />

El reflejo rojo <strong>de</strong>l día daba en el rostro pálido <strong>de</strong>l enfermo. De pronto<br />

hubo una veladura en sus pupilas, y una contracción en la boca.<br />

Estaba muerto.<br />

La Salvadora y la Ignacia vistieron a Juan, que había quedado como<br />

un esqueleto. Quitaron la mesa <strong>de</strong>l comedor y allí pusieron el cadáver.<br />

Su rostro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte, tomó una expresión <strong>de</strong> serenidad<br />

gran<strong>de</strong>.<br />

Durante todo el día no pararon <strong>de</strong> ir y venir compañeros. Entraban,<br />

hablaban en voz baja y se marchaban entristecidos.<br />

Por la noche se reunieron más <strong>de</strong> doce personas a velar al muerto.<br />

Manuel entraba también a contemplarle.<br />

¡Quién le había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que aquel hermano a quien no había visto en<br />

tanto tiempo iba a <strong>de</strong>jar una huella tan profunda en su vida!<br />

Recordaba aquella noche <strong>de</strong> su infancia, pasada junto a su madre<br />

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