Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
un pillín, y una porción <strong>de</strong> san<strong>de</strong>ces y <strong>de</strong> cosas incongruentes.<br />
-¿Qué bien trabaja, eh? -exclamó el Aristas sonriendo-. Gana ocho<br />
duros al día.<br />
-¡Qué barbaridad! -murmuró el Libertario-. ¡Cuántos <strong>de</strong> nosotros<br />
tenemos que ser explotados para que viva uno <strong>de</strong> estos mamarrachos!<br />
-¿Qué tiene que ver eso? ¿A usted le quitan el dinero? -preguntó el<br />
Aristas.<br />
-Sí, señor. El dinero que nos quitan los burgueses a mí y a otros como<br />
yo, lo vienen a gastar con nenes como este capón.<br />
-Ya se ve que no entien<strong>de</strong> usted nada <strong>de</strong> arte -dijo <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente el<br />
Aristas.<br />
De arte? Pero ¡si eso no es arte ni es nada! Sirve para distraer a los<br />
burgueses mientras hacen la digestión. Es como el bicarbonato <strong>de</strong> sosa<br />
para el flato.<br />
El Aristas se levantó y se fue. Volvió al poco rato, y secamente le dijo a<br />
Manuel que <strong>de</strong> ningún modo podían dar el teatro para un mitin, y menos<br />
para un mitin anarquista.<br />
-Está bien -dijo el Libertario-. Vámonos.<br />
Volvieron a subir por la escalerilla al tablado, buscaron la puerta y<br />
salieron <strong>de</strong>l teatro.<br />
No hubo más remedio que hacer el mitin en Barbieri. El Libertario, el<br />
Madrileño, Prats y otros compañeros hicieron los preparativos. El día<br />
fijado, un domingo <strong>de</strong> enero, frío y <strong>de</strong>sapacible, Manuel avisó un coche,<br />
y él, la Salvadora y Juan fueron al teatro. Juan iba muy abrigado.<br />
Entraron en el teatro. La sala estaba bastante oscura; la luz entraba<br />
por un alto ventanal e iluminaba con una luz borrosa la sala aún vacía.<br />
Juan fue al escenario.<br />
-Ten cuidado -le dijo la Salvadora-, no te enfríes.<br />
Manuel y la Salvadora se sentaron en las butacas.<br />
Se encendieron dos lámparas <strong>de</strong>l telón <strong>de</strong> boca. A la luz mezclada <strong>de</strong>l<br />
día triste y <strong>de</strong> las bombillas eléctricas, se vio el escenario como una<br />
cueva. En medio se habían sentado alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la mesa unos cuantos<br />
hombres mal vestidos; a un lado había otra mesita pequeña, con tapete<br />
azul, una botella y un vaso. En el fondo <strong>de</strong>l escenario se veía una fila <strong>de</strong><br />
hombres sentados en un banco, a los cuales no se les distinguía, y entre<br />
éstos se sentó Juan.<br />
Iba llenándose el teatro; entraban obreros endomingados con sombrero<br />
hongo, otros <strong>de</strong> blusa y gorra, andrajosos y sucios. En las plateas se<br />
instalaban algunos que parecían capataces, con sus mujeres y chicos, y<br />
en un palco <strong>de</strong>l proscenio había unos cuantos escritores o periodistas,<br />
entre los que señalaba un hombre con el pelo rojo y la barba también<br />
roja, en punta. Entró el Libertario en el teatro y se acercó a saludar a<br />
Manuel. Éste le presentó a la Salvadora.<br />
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