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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

-Me ha convencido usted -le dijo Manuel al jorobado.<br />

-Claro -exclamó el Madrileño impaciente-, como que todas esas<br />

fórmulas son mamarrachadas. No hay mas que una cosa: la Revolución<br />

por la Revolución, pa divertirse.<br />

-Eso es -dijo el señor Canuto-; qué tanta teoría, ni tanta alegoría, ni<br />

tanta chapucería. ¿Qué hay que hacer? ¿Pegarle fuego a todo? Pues a<br />

ello. Y echar con las tripas al aire a los burgantes y tirar todas las iglesias<br />

al suelo, y todos los cuarteles, y todos los palacios, y todos los conventos,<br />

y todas las cárceles... Y si ve a un cura, o a un general, o a un juez, se<br />

acerca uno a él disimuladamente y se le da un buen cate o una puñalá<br />

trapera... y adivina quién te dio... Eso es.<br />

Prats protestó, diciendo que los anarquistas eran hombres dignos y<br />

humanos, y no una partida <strong>de</strong> asesinos.<br />

-¡Pero será este hombre mendrugo! -exclamó el señor Canuto en el<br />

colmo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sprecio; luego, compa<strong>de</strong>cido <strong>de</strong> las pocas luces <strong>de</strong> su<br />

interlocutor, le dijo-: Mire usted, pollo, antes <strong>de</strong> que usted viniera al<br />

mundo, me dolían a mí los molares <strong>de</strong> saber lo que es la anarquía; pero<br />

he visto algo en la vida -poniéndose el <strong>de</strong>do índice junto al párpado<br />

inferior <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong>recho-; más que muchos, y he cambiado <strong>de</strong> táctica<br />

militar. ¿Está usted enterado? Y me he convencido <strong>de</strong> que la cuestión<br />

está en echar el sello y no meter el zueco. ¿Me compren<strong>de</strong> usted? Pues<br />

bien; mi sistema actual es mismamente tan científico como un mauser.<br />

Echa usted el cañón y dispara...: pum..., pum..., pum..., todas las veces<br />

que usted quiera; ahora, si pone usted el fusil apuntándose al pecho, es<br />

posible que se atraviese usted el corazón.<br />

-No le entiendo a usted -dijo el catalán.<br />

-¿No? -y el señor Canuto sonrió mirando a su interlocutor con lástima-<br />

. ¡Qué le vamos a hacer! Quizá yo no <strong>de</strong> pie con bola -y, haciéndose el<br />

humil<strong>de</strong>, continuó-: pero sí que me figuraba conocer un poquito <strong>de</strong> la<br />

vida y <strong>de</strong>l rentoy. Pero vamos a cuentas. Si usted tiene una caballería o<br />

un niño, es igual para el caso, con úlceras escrofulosas, ¿qué hace<br />

usted?<br />

-¡Yo qué sé! No soy veterinario ni médico.<br />

-Usted tratará <strong>de</strong> que <strong>de</strong>saparezcan esas úlceras, ¿no es verdad?<br />

-Claro.<br />

-Y para esto pue<strong>de</strong> usted hacer muchas cosas. Primera, intentar curar<br />

al enfermo: yodo, hierro, nueva vida, nuevo alimento, nuevo aire;<br />

segunda, aliviarlo, limpiar las úlceras, <strong>de</strong>sinfectarlas y <strong>de</strong>más; tercera,<br />

paliar, o lo que es lo mismo, hacer la enfermedad menos dura, y cuarta<br />

cosa, disimular las úlceras, o sea poner encima una capa <strong>de</strong> polvos <strong>de</strong><br />

arroz. Y esto último es lo que usted quiere hacer con las úlceras sociales.<br />

-Será verdad; a mí no me lo parece.<br />

-¿No? Pues a mí, sí. Yo le daría a usted un consejo. No sé si se ofen<strong>de</strong>rá<br />

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