Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
-Aquello era un negocio, ¿eh? -exclamó Ortiz.<br />
-Sí, era -dijo el tabernero-; entonces se veía aquí «luz divina». Ganaban<br />
lo que querían.<br />
-Y tranquilamente.<br />
-Me parece. Aquí se <strong>de</strong>tenían los matuteros, y los mismos <strong>de</strong><br />
Consumos les acompañaban a <strong>de</strong>jar el contrabando. Hubo días que se<br />
metieron en la bo<strong>de</strong>ga <strong>de</strong> esta casa más <strong>de</strong> treinta cubas.<br />
-¿Usted habrá hecho su pacotilla? -preguntó don Alonso.<br />
-¡Quiá, hombre! Eso era en tiempo <strong>de</strong>l que me traspasó la taberna.<br />
Cuando tomé yo esto, estaban arrendados los Consumos; pusieron esa<br />
fila <strong>de</strong> estacas altas, entre la vía y las casas, y, ahora, no entra ni un<br />
cuartillo <strong>de</strong> vino sin pagar.<br />
Preguntó Ortiz por el Bizco, <strong>de</strong> pasada, pero el tabernero no le conocía,<br />
ni había oído hablar <strong>de</strong> él.<br />
Salieron los dos polizontes <strong>de</strong> la taberna, y, en vez <strong>de</strong> seguir por el<br />
camino <strong>de</strong> Yeseros, fueron por la margen <strong>de</strong>l arroyo <strong>de</strong> Atocha, hasta el<br />
punto en que éste vierte sus aguas sucias en el Abroñigal. Pasaron por<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un puente <strong>de</strong>l ferrocarril, y siguieron remontando el curso <strong>de</strong>l<br />
arroyo. En la orilla, en medio <strong>de</strong> un huerto, se levantaba una casuca<br />
blanca con un emparrado. En la pared, encalada, se leía un letrero<br />
trazado con mano insegura: «Ventorro <strong>de</strong>l Cojo».<br />
-Vamos a ver si aquí saben algo -dijo Ortiz.<br />
Un raso empedrado con cantos, con una higuera en medio, había<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l ventorrillo. Entraron. En el zaguán, un hombre<br />
<strong>de</strong> malas trazas y <strong>de</strong> mirada torva, que estaba sentado en un banco, hizo<br />
un movimiento <strong>de</strong> sorpresa y <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconfianza al ver a Ortiz.<br />
Éste no se dio por enterado; pidió dos copas en el mostrador, a una<br />
mujer flaca y negruzca, y con el vaso en la mano, y mirando al hombre<br />
<strong>de</strong> reojo, le preguntó:<br />
-¿Y qué tal por el ventorro <strong>de</strong>l Maroto?<br />
-Bien.<br />
-¿Se reúne buena gente por allá?<br />
-Tan buena como en cualquier otra parte.<br />
-¿Sigue andando por ahí el Bizco?<br />
-,Qué Bizco?<br />
-El Bizco, hombre...; ese rojo...; <strong>de</strong>masiada que lo conoce usted.<br />
-Ése nunca ha ido por el ventorro <strong>de</strong>l Maroto, sino por el Puente.<br />
Ortiz vació la copa, se limpió los labios con el dorso <strong>de</strong> la mano, y,<br />
saludando a la ventera, salió <strong>de</strong> allá.<br />
-Este gachó -dijo en voz baja a don Alonso-, mató a un segador, y se<br />
salvó <strong>de</strong>l presidio no sé cómo.<br />
-Parece que nos sigue -murmuró don Alonso, mirando hacia atrás.<br />
-No nos vaya a hacer la santísima -exclamó Ortiz; y sacando el revólver<br />
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