Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
amortiguado por un velo <strong>de</strong> indiferencia y <strong>de</strong> insensibilidad.<br />
-¿De manera que tú estás sirviendo? - preguntó la mujer pálida a la<br />
criada.<br />
-Sí.<br />
-¿Qué edad tienes?<br />
-Diez y ocho años. -Yo tengo una hija que tiene quince.<br />
-¿Usted?<br />
-Sí.<br />
-No parece que tenga usted edad bastante.<br />
-Sí, soy vieja; he cumplido ya treinta y cuatro. La chica está en Ávila<br />
con mis padres. Yo, claro, no quiero que venga conmigo, y los abuelos<br />
suyos son pobres. Cuando tengo algún dinero se lo envío. Jesús se puso<br />
serio, y comenzó a preguntarle por su vida.<br />
-Hace un año tuve un hijo, y me lo tuvieron que sacar con unos<br />
ganchos -siguió contando la mujer, mientras cortaba la carne con el<br />
cuchillo-. Des<strong>de</strong> entonces estoy mala; luego, hace unos meses, he tenido<br />
el tifus, me llevaron al Cerro <strong>de</strong>l Pimiento, y allí me quitaron toda la ropa<br />
que tenía. Salí tan <strong>de</strong>sesperada, que quise matarme.<br />
-¡Se quiso usted matar! -exclamó la criada.<br />
-Sí.<br />
-¿Y qué hizo usted?<br />
-Cogí las cabezas <strong>de</strong> unos fósforos, las eché en un vaso <strong>de</strong> aguardiente,<br />
hasta que se <strong>de</strong>shicieron, y lo bebí. ¡Me entraron unos dolores!... Vino un<br />
médico y me dio un vomitivo. Luego, durante cuatro o cinco días, echaba<br />
el aliento en la oscuridad, y brillaba.<br />
-Pero ¿tan <strong>de</strong>sesperada estaba usted? -preguntó la criada.<br />
-Tú no sabes cómo vivimos nosotras. ¿Ves? Hoy yo no gano; pues<br />
mañana tengo que empeñar esta blusa, y si me ha costado tres duros,<br />
me dan por ella dos pesetas. Luego, a los hombres les gusta hacer sufrir<br />
a las mujeres... Créeme, hija, sigue sirviendo; por muy mal que estés, no<br />
estarás peor que así...<br />
Jesús dijo que se había puesto malo, y salió <strong>de</strong>l cuarto.<br />
-¿Y no podría usted encontrar algún trabajo? -preguntó Manuel a la<br />
mujer.<br />
-¿Yo? ¿Adón<strong>de</strong> voy? No tengo fuerzas..., estoy anemia. A<strong>de</strong>más, está<br />
una acostumbrada a hablar mal y a beber, y la conocen a una lo que es<br />
en seguida. Si tuviera salud, me hubiera puesto a nodriza. Todavía tengo<br />
leche. Con tu permiso, rubia -dijo a la criada-, y se <strong>de</strong>sabrochó la blusa,<br />
sacó el pecho y apretó la ubre con dos <strong>de</strong>dos-. Ahora, que esto <strong>de</strong>be estar<br />
envenenado -añadió-. Si yo puediera colocar a mi hija en un taller, o en<br />
una buena casa, ya no me importaría nada. Porque cuando se empieza<br />
la vida mal...<br />
La conversación tomó entre los tres un giro tétrico, y se contaron sus<br />
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