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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

cenado, efectivamente; yo he recitado los versos <strong>de</strong> papá Verlaine, y él ha<br />

principiado los suyos; pero los dientes que venía <strong>de</strong> comprar le<br />

molestaban mucho, y al comenzar su poesía Los Desesperados, me ha<br />

dicho: «Espera un momento»; él se ha metido los <strong>de</strong>dos en la boca y ha<br />

agarrado la <strong>de</strong>ntadura y la ha arrojado por la ventana, y ha seguido<br />

recitando sus versos. ¡pero, con un fuego, con una verva! ¡Y una dignitá<br />

en el a<strong>de</strong>mán! Tiene una pose amplia ese hombre. Sí. Está un poeta<br />

admirable -dijo Caruty convencido.<br />

Siguieron los cinco por la calle Ancha. Se <strong>de</strong>tuvieron cerca <strong>de</strong> la casa<br />

<strong>de</strong> Manuel, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una fábrica. Por los ventanales se veía el local<br />

ancho, iluminado fuertemente, y los gran<strong>de</strong>s volantes negros que giraban<br />

zumbando; los reguladores <strong>de</strong> Wat, <strong>de</strong> acero, unos con las bolas .muy<br />

separadas, otros con las bolas juntas, volteaban con rapi<strong>de</strong>z.<br />

-¿Te vas ya? -le dijo a Manuel el Libertario-. Hace una hermosa noche.<br />

-¡Hombre! Entraré en casa a <strong>de</strong>cir que se acuesten.<br />

Subió rápidamente, sin hacer ruido, y pasó al comedor.<br />

Voy a dar una vuelta -le dijo a la Salvadora.<br />

-Bueno.<br />

-¿Y Juan?<br />

-Acostado.<br />

-A cuéstate tú también.<br />

Salió. Los cinco entraron por la calle <strong>de</strong> Magallanes, entre las dos<br />

tapias. Era una <strong>de</strong> esas noches negras, en las que no se ve dos pasos<br />

más allá. Hacía una temperatura suave, tibia. Al principio <strong>de</strong> la calle<br />

estrecha, la luz <strong>de</strong> un farol oscilaba con el viento y alumbraba el suelo<br />

lleno <strong>de</strong> piedras; luego, en la oscuridad, se divisaban vagamente las<br />

tapias y por encima las copas negras <strong>de</strong> los cipreses. Los alambres <strong>de</strong>l<br />

telégrafo zumbaban misteriosamente.<br />

-Una noche también muy negra -dijo el Libertario- fuimos en<br />

Barcelona al Tibidabo unos amigos, entre ellos Angiolillo. Los catalanes<br />

cantaban trozos <strong>de</strong> ópera <strong>de</strong> Wagner. Angiolillo empezó a cantar<br />

canciones napolitanas y sicilianas y le hicieron callar. Decían los<br />

catalanes que la música italiana era una porquería. Angiolillo calló; se<br />

apartó <strong>de</strong>l grupo y cantó a media voz las canciones <strong>de</strong> su tierra. Yo me<br />

reuní con él. Íbamos por el monte, cuando <strong>de</strong> pronto, a lo lejos, oímos la<br />

marcha <strong>de</strong> Tanhauser, que entonaban los otros a coro. Había salido la<br />

luna llena. Angiolillo enmu<strong>de</strong>ció, y en voz baja murmuró varias veces:<br />

¡Oh, come é bello!<br />

Llegaron los cuatro al cementerio <strong>de</strong> San Martín y se arrimaron a la<br />

verja; en la oscuridad, los altos cipreses se erguían majestuosos.<br />

Caruty habló <strong>de</strong> sus paseos con el papá Verlaine, borracho, por las<br />

calles <strong>de</strong> París; <strong>de</strong> las frases rotundas y brillantes <strong>de</strong> Laurent-Tailha<strong>de</strong>,<br />

y <strong>de</strong> sus conversaciones con Emilio Henry.<br />

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