Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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Pío <strong>Baroja</strong><br />
-Es usted su hermano, ¿verdad?<br />
-Sí.<br />
-A usted le conviene que no haya atropellos, ni escándalos, ni ninguna<br />
manifestación en el entierro.<br />
-Está bien.<br />
-Nosotros haremos lo que nos parezca-dijo el Libertario.<br />
-Tenga usted cuidado <strong>de</strong> no ir a la cárcel.<br />
-Eso lo veremos -y el Libertario metió la mano en el pantalón y agarró<br />
su revólver.<br />
-Bueno -dijo el polizonte, dirigiéndose a Manuel-; usted es hombre <strong>de</strong><br />
buen sentido y aten<strong>de</strong>rá mis indicaciones.<br />
-Sí, señor.<br />
-¡Buenas noches! -saludaron los policías.<br />
-¡Buenas noches! -contestaron los anarquistas.<br />
-Cochina rasa -gruñó Prats-. Este maldito pueblo había que quemarlo.<br />
Todos hablaron en el mismo sentido. Odio eterno, eterna execración<br />
contra la sociedad.<br />
Por la mañana algunos se fueron al trabajo, y quedaron Prats, el<br />
Libertario y Manuel. Estaban hablando cuando se presentó en el cuarto<br />
la Filipina.<br />
La Salvadora la <strong>de</strong>jó pasar. Había estado en el hospital, enferma. Se le<br />
notaba la enorme pali<strong>de</strong>z en los labios y en los ojos. Le habían operado<br />
a la pobre y olía <strong>de</strong> un modo insoportable a yodoformo. Entró, tocó la<br />
cara <strong>de</strong>l cadáver con las manos y empezó a llorar. Manuel la contempló<br />
con melancolía. Aquella tristeza <strong>de</strong> animal en los ojos, el cuerpo débil, las<br />
entrañas quemadas por el cirujano...<br />
-¡Maldita vida! -murmuró-. Había que reducirlo todo a cenizas.<br />
Salió la Filipina y a la media hora volvió con lirios blancos y rojos, y los<br />
echó en el suelo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la caja.<br />
A las dos era el entierro, y para antes <strong>de</strong> esta hora había ya un grupo<br />
gran<strong>de</strong> en la calle <strong>de</strong> Magallanes. Al dar las dos, Perico Rebolledo, Prats,<br />
el Libertario y el Bolo sacaron la caja en hombros y la bajaron hasta el<br />
portal. Un amigo <strong>de</strong> Prats echó una ban<strong>de</strong>ra roja encima <strong>de</strong>l ataúd y se<br />
pusieron todos en marcha. Cruzaron por entre callejuelas hasta salir al<br />
paseo <strong>de</strong>l Cisne. Iban allá a <strong>de</strong>jar la caja en el coche, cuando cuatro<br />
mujeres, a quienes Manuel no conocía, les sustituyeron, y siguió el<br />
cortejo. Las cuatro, con el mantón terciado, braceaban garbosamente. En<br />
la Castellana la gente se paraba a mirarles. En el barrio <strong>de</strong> Salamanca<br />
pusieron la caja en el coche y siguió todo el cortejo a pie. Al pasar <strong>de</strong> las<br />
Ventas, en el camino <strong>de</strong>l Este, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> cada loma, salía una pareja<br />
<strong>de</strong> municipales, y cerca <strong>de</strong>l cementerio había un piquete <strong>de</strong> guardias a<br />
caballo.<br />
Entraron los obreros en el cementerio civil, colocaron la caja al bor<strong>de</strong><br />
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