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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

ingresar en él sabían que lo único que les esperaba era ser perseguidos<br />

por la justicia; en cambio, en las agrupaciones socialistas, si entraban<br />

algunos por convencimiento, la mayoría ingresaba por interés. Estos<br />

obreros, socialistas <strong>de</strong> ocasión, no tomaban <strong>de</strong> las doctrinas mas que<br />

aquello que les sirviera <strong>de</strong> arma para alcanzar ventajas: el societarismo,<br />

en forma <strong>de</strong> socieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> socorros o <strong>de</strong> resistencia. Este societarismo<br />

les hacía autoritarios, <strong>de</strong>spóticos, <strong>de</strong> un egoísmo repugnante. A<br />

consecuencia <strong>de</strong> él, los oficios comenzaban a cerrarse y a tener<br />

escalafones; no se podía entrar a trabajar en ninguna fábrica sin<br />

pertenecer a una sociedad, y para ingresar en ésta había que someterse<br />

a su reglamento y pagar a<strong>de</strong>más una gabela.<br />

Tales proce<strong>de</strong>res constituían para los anarquistas la expresión más<br />

repugnante <strong>de</strong>l autoritarismo.<br />

Casi todos los anarquistas eran escritores y llevaban camino <strong>de</strong><br />

metafísicos; en cambio, entre los socialistas, abundaban los oradores. A<br />

los anarquistas les entusiasmaba la cuestión ética, las discusiones<br />

acerca <strong>de</strong> la moral y <strong>de</strong>l amor libre; en cambio, a los socialistas les<br />

encantaba perorar en el local <strong>de</strong> la Sociedad, constituir pequeños<br />

congresos, intrigar y votar. Eran, sin duda, más prácticos. Los<br />

anarquistas, en general, tenían más generosidad y más orgullo; y se<br />

creían todos apóstoles, hombres superiores. Se figuraban muchas veces<br />

que con cambiar el nombre <strong>de</strong> las cosas cambiaba también su esencia.<br />

Para la mayoría era evi<strong>de</strong>nte que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que uno se<br />

<strong>de</strong>claraba anarquista, ya discurría mejor, y que en el acto <strong>de</strong> ponerse<br />

esta etiqueta cogía uno sus <strong>de</strong>fectos, sus malas pasiones, sus vilezas<br />

todas y las arrojaba fuera como quien hecha la ropa sucia a la colada.<br />

De buenas intenciones y <strong>de</strong> buenos instintos, excepto los impulsivos y<br />

los <strong>de</strong>generados, hubiesen podido ser, con otra cultura, personas útiles;<br />

pero tenían todos ellos un vicio que les imposibilitaba para vivir<br />

tranquilamente en su medio social: la vanidad. Era la vanidad vidriosa<br />

<strong>de</strong>l jacobino, más fuerte cuanto más disfrazada, que no acepta la menor<br />

duda, que quiere medirlo todo con compás, que cree que su lógica es la<br />

única lógica posible.<br />

En general, todos ellos, por el sobrecargo que representaba la lectura<br />

y las discusiones <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un trabajo fuerte y fatigador, por el abuso<br />

que hacían <strong>de</strong>l café, estaban en excitación constante, que aumentaba o<br />

remitía como la fiebre. Unos días se notaba en ellos la fatiga y la<br />

<strong>de</strong>silusión; otros, en cambio, el entusiasmo se comunicaba y había una<br />

verda<strong>de</strong>ra borrachera <strong>de</strong> hablar y <strong>de</strong> pensar.<br />

Los dos partidos obreros, con sus hombres, representaban en la clase<br />

proletaria los partidos burgueses: el socialismo, el conservador<br />

oportunista, pru<strong>de</strong>nte; el anarquismo, el paralelo al republicano, con las<br />

ten<strong>de</strong>ncias levantiscas <strong>de</strong> los partidos radicales.<br />

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