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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

Horas y horas esperaron: Ortiz <strong>de</strong>ntro y don Alonso fuera. Estaba ya<br />

clareando cuando apareció el Bizco. Llevaba algo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo.<br />

Atravesó el arroyo, se acercó al ribazo, quitó la tabla... Don Alonso,<br />

empuñando el revólver, se levantó con rapi<strong>de</strong>z y se asomó a la boca <strong>de</strong>l<br />

agujero.<br />

-Ya está -dijo Ortiz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro; y salieron inmediatamente el guardia<br />

y el Bizco.<br />

¿Será éste? -preguntó el guardia.<br />

-Sí.<br />

-Si trata <strong>de</strong> huir, tire usted -dijo Ortiz a don Alonso.<br />

Don Alonso apuntó con el revólver al bandido, que temblaba, sin<br />

oponer resistencia, y Ortiz le ató codo con codo.<br />

Ahora, andando.<br />

Don Alonso estaba entumecido; le dolía todo el cuerpo. Echaron a<br />

andar los tres por el camino <strong>de</strong> la Elipa.<br />

Al llegar cerca <strong>de</strong>l nuevo hospital <strong>de</strong> San Juan <strong>de</strong> Dios estaba<br />

amaneciendo; un amanecer tristón y anubarrado.<br />

Don Alonso se encontraba cada vez peor; sentía escalofríos por todo el<br />

cuerpo, un dolor <strong>de</strong> cabeza violento y una lancetada en el pecho.<br />

-Yo estoy malo -le dijo a Ortiz-, no puedo con mi alma.<br />

-Bueno; entonces, yo me marcho.<br />

Ortiz y el Bizco se alejaron.<br />

Don Alonso quedó solo y fue avanzando penosamente. Cuando llegó<br />

cerca <strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong>l Retiro pidió auxilio a un guardia municipal. Éste le<br />

acompañó, y en la calle <strong>de</strong> Alcalá tomaron un coche. Don Alonso tosía y<br />

no podía respirar; le sacaron <strong>de</strong>l coche al llegar al hospital y le metieron<br />

en una camilla.<br />

Al echarse, don Alonso quedó rendido y sintió como si le dieran un<br />

martillazo en la cabeza.<br />

-Yo tengo algo muy grave, y quizá me vaya a morir -pensó con<br />

angustia.<br />

No se dio cuenta <strong>de</strong> cuándo le metieron en la cama; comprendió que<br />

estaba en el hospital y sintió que su cuerpo ardía. Una monja se le acercó<br />

y puso un escapulario en el hierro <strong>de</strong> la cama.<br />

Don Alonso, entonces, recordó un cuento, y, a pesar <strong>de</strong> la fiebre, el<br />

cuento le hizo reír. Era un gitano que estaba muriéndose y llamaba a<br />

todos los santos <strong>de</strong> la corte celestial en su ayuda; viéndole tan apurado,<br />

una vecina le llevó un Niño Jesús y le dijo al enfermo:<br />

-Rece, hermano, que éste le salvará.<br />

Y el gitano contestó compungido:<br />

-¡Ay, hermana! Si lo que yo necesito es un Santo Cristo con más...<br />

barbas que un capuchino.<br />

Luego, el cuento se complicó con recuerdos lejanos, la fiebre aumentó<br />

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