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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

Corte usted, señá Ignacia... Vamos allá.<br />

Los dos hombres y la Ignacia jugaban con gran atención; la Salvadora<br />

se distraía, pero ganaba.<br />

Mientras tanto, Perico y Manuel hablaban cerca <strong>de</strong> la ventana. Sonaba<br />

en la calle el gotear <strong>de</strong> la lluvia <strong>de</strong>nsa y ruidosa. Perico explicaba las<br />

cosas que tenía en estudio, entre las cuales había una que se figuraba<br />

haber ya resuelto, y que era la simplificación <strong>de</strong> los arcos voltaicos;<br />

pensaba pedir patente para explotar su invento.<br />

Hablaba el electricista con Manuel, pero no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> contemplar a la<br />

Salvadora con una mirada humil<strong>de</strong> llena <strong>de</strong> entusiasmo. En esto,<br />

apareció en el cristal <strong>de</strong> la ventana una cabeza que estuvo largo rato<br />

mirando hacia a<strong>de</strong>ntro.<br />

-¿Quién es ese fisgón? -preguntó Rebolledo.<br />

Manuel se asomó a la ventana. Era un joven vestido <strong>de</strong> negro, <strong>de</strong>lgado,<br />

pálido, con sombrero puntiagudo y el pelo largo. El joven retrocedió<br />

hasta el medio <strong>de</strong> la calle para mirar la casa.<br />

-Parece que anda buscando algo -dijo Manuel.<br />

-¿Quién es? -preguntó la Salvadora.<br />

-Un tipo raro, con melena, que anda por ahí mojándose -contestó<br />

Perico.<br />

La Salvadora se levantó para verle.<br />

-Será algún pintor -dijo.<br />

-Mal tiempo ha escogido para salir a pintar -repuso el señor Canuto.<br />

El joven, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mirar y remirar la casa, se <strong>de</strong>cidió a meterse en<br />

el portal.<br />

-Vamos a ver lo que quiere -murmuró Manuel; y, abriendo la puerta<br />

<strong>de</strong>l cuarto, salió al zaguán, en don<strong>de</strong> estaba el joven <strong>de</strong> las melenas,<br />

seguido <strong>de</strong> un perro negro <strong>de</strong> lanas finas y largas.<br />

-¿Vive aquí Manuel Alcázar? -preguntó el joven <strong>de</strong> las melenas, con<br />

ligero acento extranjero.<br />

-¡Manuel Alcázar! ¡Soy yo!<br />

-¿Tú?... Es verdad... ¿No me conoces? Soy Juan.<br />

-¿Qué Juan?<br />

Juan... tu hermano.<br />

-¿Tú eres Juan? ¿Pero <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vienes? ¿De dón<strong>de</strong> has salido?<br />

-Vengo <strong>de</strong> París, chico; pero, déjame que te vea -y Juan llevó a Manuel<br />

hasta la calle-. Sí, ahora te reconozco -le dijo, y le abrazó, echándole los<br />

brazos al cuello-; pero, ¡cómo has variado! ¡Qué distinto estás!<br />

-Tú, en cambio, estás igual, y hace ya quince años que no nos hemos<br />

visto.<br />

-¿Y las hermanas?<br />

-Una vive conmigo. Anda, sube a casa.<br />

Manuel, azorado con la llegada imprevista <strong>de</strong> su hermano, le<br />

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