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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

-Pero ¿usted cree que la sociedad no tiene fuerza <strong>de</strong> cohesión para<br />

resistir todas las i<strong>de</strong>as, aun las más disolventes?<br />

-Había que discutir eso.<br />

-Discutir, ¿para qué? -repuso el <strong>de</strong> las barbas-. Es una convicción que<br />

yo tengo y <strong>de</strong> la que usted no participa.<br />

-Pero usted, ¿qué quiere en último término? Una revolución filosófica.<br />

-Todas las revoluciones son filosóficas. Primeramente cambian las<br />

i<strong>de</strong>as; luego se modifican las costumbres, y, por último, vienen las leyes<br />

a inmovilizarlas.<br />

-Las i<strong>de</strong>as están ya transformadas -replicó el gomoso.<br />

-Perdone usted. Yo creo todo lo contrario. Creo que no hay liberal<br />

verda<strong>de</strong>ro en toda España.<br />

-¡Qué exageración! Y, entonces, ¿cómo se va a verificar el cambio que<br />

usted <strong>de</strong>sea?<br />

-El cambio se hace inconscientemente, por irrespetuosidad en los <strong>de</strong><br />

abajo y por falta <strong>de</strong> convicciones en los <strong>de</strong> arriba. Esto se agrieta, porque<br />

se <strong>de</strong>scompone. Nadie cree en su misión, ni el juez que con<strong>de</strong>na, ni el<br />

cura que dice misa, ni el militar, perdone usted -dijo al oficial- que mata<br />

en la guerra.<br />

-Yo -saltó el oficial-, hago una diferencia entre el militar y el guerrero:<br />

el uno es el <strong>de</strong> las paradas, el otro, el <strong>de</strong> las batallas.<br />

-Esta sociedad <strong>de</strong> los explotadores, <strong>de</strong> los curas, <strong>de</strong> los soldados y <strong>de</strong><br />

los funcionarios, yo creo que se hun<strong>de</strong> -siguió diciendo el <strong>de</strong> las barbas.<br />

-¡Bah!<br />

-Es mi opinión -y el <strong>de</strong> las barbas se quedó mirando al fuego muy<br />

ensimismado.<br />

-Yo -lijo el oficial a Juan-, encuentro muy simpáticas las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong><br />

uste<strong>de</strong>s. No espero mas que la sociedad me pise la cola para saltar y<br />

clavar las uñas. Ahora, encuentro una cosa que no me gusta, y es que<br />

uste<strong>de</strong>s tratan <strong>de</strong> suprimir en el hombre el instinto guerrero.<br />

-No -repuso Juan-; lo que queremos es aplicarlo a algo más noble que<br />

a exterminarse unos a otros.<br />

-Yo, lo que quisiera saber -dijo el joven sociólogo-,quiénes son los que<br />

van a hacer esa revolución.<br />

-¿Quiénes? -contestó el Libertario-,los <strong>de</strong>sharrapados, los que viven<br />

mal. ¡Que hubiese diez hombres <strong>de</strong> talento y <strong>de</strong> iniciativa en España, y<br />

la revolución estaba hecha!<br />

-Quizá les parezca absurdo lo que voy a <strong>de</strong>cir -exclamó el oficial-; pero,<br />

para mí, la revolución social es una obra que <strong>de</strong>bía realizarla el ejército.<br />

El oficial explicó su plan. Era un hombre atezado, flaco, con un perfil<br />

<strong>de</strong> aguilucho, un temperamento vehemente. Por su cerebro pasaban las<br />

i<strong>de</strong>as y los proyectos más extraordinarios, como una rueda <strong>de</strong> fuegos<br />

artificiales, sin <strong>de</strong>jar más rastro que un poco <strong>de</strong> humo. El quería que la<br />

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